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La malnacida de Beatrice Salvioni
— Pero te diré una cosa –prosiguió mi padre —: a medida que uno va creciendo aprende que a menudo trae cuenta no decir lo que realmente piensa. —¿Cómo se hace? —Guárdalo para ti. Custódialo. Incúbalo. Ahí puede estar a salvo. —¿Y dejará de quemar? Sonrió. Una sonrisa cansada. —Nunca. Eso nunca. |