El estrecho sendero entre deseos

El metal le golpeó el corazón como el martillo contra el túnel. Le cortó la respiración como si lo hubiesen sumergido muy hondo bajo el agua. Lo dejó aturdido como si dos rayos hubiesen caído en el árbol que tenía detrás, a pesar de que el cielo estaba despejado.

Le parecía bien que los demás se conformarán con la excelencia. Él era un artista.

Esa era la primera de tantas otras cosas que Bast tendría prohibido hacer por haber cometido la estupidez de aceptar un regalo sin saber qué era, sin saber cuánta deuda le colgaría del cuello, ni la fuerza con que le oprimiría el corazón.

Puedo responder preguntas o ayudar a resolver problemas. —Se sentó otra vez, con la espalda apoyada en el árbol; ahora sus ojos estaban a la altura de los de la niña—. ¿Qué quieres?

Se sintió débil como el papel mojado. Como si tuviese los pulmones llenos de agua. Como si sus huesos fuesen de frío hierro. Como si el sol se hubiese quedado negro en el cielo.