Si mantengo mi idea de leer sólo en función de lo que estoy trabajando, entonces dejo casi por completo de leer. Prefiero intentar elegir los libros por sí mismos, olvidando lo que estoy escribiendo.
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Si mantengo mi idea de leer sólo en función de lo que estoy trabajando, entonces dejo casi por completo de leer. Prefiero intentar elegir los libros por sí mismos, olvidando lo que estoy escribiendo.
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En realidad la literatura muestra la opacidad del mundo, nunca sabe uno nada sobre la gente, incluso sobre aquellos que están cerca y a los que amamos, sólo sabemos lo que nos dicen pero nunca lo que piensan porque siempre nos pueden mentir; en ese sentido, las novelas se leen porque son el único modo de ver a una persona por dentro. Yo conozco mejor a Anna Karénina que a la mujer con la que vivo hace años.
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Uno puede escribir cualquier cosa, por ejemplo una progresión matemática o una lista de la lavandería o el relato minucioso de una conversación en un bar con el uruguayo que atiende la barra o, como es mi caso, una mezcla inesperada de detalles o encuentros con amigos o testimonios de acontecimientos vividos, todo eso se puede escribir, pero será un diario sólo y exclusivamente si uno anota el día, el mes, el año, o alguna de esas tres maneras de orientarse en el torrente del tiempo.
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Nunca dejo que la política tenga incidencia directa en lo que escribo. Colaboro con los amigos en revistas y periódicos. Mantengo aparte la literatura. Trato de convencerlos de que dejen en paz la prosa de ficción y busquen en el testimonio y en los usos del grabador una salida al intento de politizar la escritura.
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En Joyce me interesa el cambio de técnica en cada capítulo, la forma también; en Borges, la quiebra de los géneros, el uso disperso y persistente del policial; el uso traidor de las convenciones de lectura.
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Como agua para chocolate