Lo vi en la librería. Me atrajo la portada. Leí la carátula y empecé a hojearla, cosa que, manía muy personal e incomprensible hasta para mí, no suelo hacer porque no me gusta leer ni una coma hasta que me dispongo a leer la novela, y di con este párrafo: “Si hubiera renunciado, en aquel preciso momento, a dirigirle la palabra, intimidado por la perspectiva de hacer entrar en mi vida a una mujer de aquella estatura; si le hubiera dicho: «Perdóneme, lo siento mucho, la he confundido con otra», antes de alejarme y regresar a casa; si hubiera podido saber que abordarla arrastraría mi existencia en una dirección en la que no estaba seguro de desear que se aventurase, Victoria no habría hallado la muerte poco menos de un año después de nuestro encuentro. Hoy aún estaría viva. Yo no viviría retirado en una mansión de Creuse, al borde de una carretera, separado de Sylvie y de las niñas, rumiando mi culpabilidad. No habría sido destruido por el papel que desempeñé en ese drama, y por los dos días de arresto que de él se desprendieron. El rostro, las miradas, la compasión de Christophe Keller no se habrían instalado en mi conciencia como una obsesión corrosiva. Pero resulta que el rostro de Victoria se volvió hacia el mío y que me zambullí en aquella mirada que se asombraba.” Me había enganchado. Se vino conmigo a casa. Decía Ortega que la felicidad solo es posible bajo el desarrollo de una actividad que nos absorba por completo. Si eso no surge, aparece un desequilibrio entre nuestro potencial y nuestra vida actual y eso es la infelicidad. Si Ortega no se equivoca, no está esto de la felicidad nada fácil. No siempre se puede elegir el camino a seguir o no siempre se tiene la valentía (como es el caso de nuestro protagonista masculino) o no es fácil elegir bien esa actividad que no solo nos absorba sino que además lo haga de una forma plena y satisfactoria (como puede ser el caso de nuestra protagonista femenina). Y es que muchas cosas separan a los dos protagonistas de este relato, siendo la más importante la cobardía de David para vivir la vida como quiere y la valentía de Victoria de hacerlo pese a quién pese… o quizás deberíamos decir el exceso de escrúpulos de uno y la total ausencia en la otra. David está insatisfecho con su vida. Hace tiempo que renunció a una carrera profesional más creativa y hace mucho que se ató sentimentalmente a una mujer de la que no se separa por problemas de conciencia. Es progresista, idealista, aunque no puede evitar sentir envidia de aquellos supuestos triunfadores que parecen disfrutar de una vida sin excesivos miramientos. O podríamos pensar que, más que envidia, es rabia lo que siente ante la constatación de la inutilidad de unos valores que quizás estén ya trasnochados. Pero nosotros, observadores perspicaces, nos damos cuenta de que simplemente es otro más de los muchos que se engañan a sí mismos y que realmente su comportamiento no está tan alejado del de aquellos... no, peor que eso: que su comportamiento está inevitablemente al servicio de aquellos. Solo se permite un vicio, unos devaneos sexuales de una sola noche, como el que se fuma un cigarro al final de una dura jornada, sin complicaciones, sin vínculos que puedan alterar su conciencia (incluso las elige sin mucho atractivo por ese mismo motivo)… hasta que llega alguien que la altera y de qué manera. Victoria (significativo nombre), por el contrario, parece feliz con su vida. Tener amantes no implica mantener una doble vida ni alejarse de su vida “oficial” sino que es parte de su vida, donde no hay verdades, donde la moral la construye ella misma y, lo más importante, donde no hay problemas de conciencia. Se mueve en el sexo como se mueve en su trabajo: solo ella es el punto relevante de la cuestión. En este sentido creo que es un acierto de la novela la inserción de la parte sentimental o pasional dentro del retrato de una época, el de la era de la globalización, y de cómo todo ello se relaciona, se contagia. Es significativa la afirmación de Victoria de que ser moderno es no tener país alguno. Ya no hay países, solo hay empresas; es más, solo está uno mismo por encima de todo, de valores, de tradiciones, de morales, de otras personas... claro que no todo el mundo puede actuar de esta manera, de hecho es necesario que la mayoría de la gente no pueda, y ahí surge el conflicto. También es un acierto el cambio de papeles habitual: ella, la exitosa y dura ejecutiva; él, el sentimental e idealista... y la matización de ambos papeles que nos encontramos al final del relato. Entre sus defectos puedo decir que ese desplazamiento del peso narrativo hacia lo profesional se vuelve un poco farragoso y pesado en ocasiones. Otro defecto son algunos de los diálogos, aunque puede ser que sea algo muy francés esa formalidad en la conversación entre personas que momentos después se van a chupar o lamer partes corporales que no hay por qué citar aquí. El caso es que a mí me choca bastante y me saca un poco de la tensión del relato. En definitiva, que ya me estoy alargando demasiado, una novela entretenida, inteligente, picante en ocasiones, pastosa en otras. La prosa es elegante aunque a veces algo enmarañada. Una novela que te hace reflexionar sobre algunas cosas que nos están pasando a nivel colectivo y que nos puede sonar, y hasta tronar incluso, a nivel individual en ese retrato de un cuarentón de vida nada satisfactoria. + Leer más |