[...] reina demasiada maldad en este siglo, y quiero alejarme definitivamente del trato con los hombres. [...]
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[...] reina demasiada maldad en este siglo, y quiero alejarme definitivamente del trato con los hombres. [...]
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[...] excesiva complacencia de un corazón que no hace del mérito ninguna diferencia; quiero que se me distinga, y hablándoos con franqueza, ser amigo del género humano no me cuadra en absoluto.
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[...] y me castigaría si alguna vez la volviese a querer. Hela aquí. Mi enojo crece al acercarse; voy a reprocharle cruelmente su maldad, a confundirla por completo y a brindaros después un corazón totalmente libre de sus traidores hechizos.
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No, perdonadme; mi espíritu está invadido por demasiadas inquietudes. Id vos a verla y dejadme solo, en este rincón oscuro, con mi tremenda pena.
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[...] voy a huir del abismo en que triunfan los vicios y a buscar en la tierra en lugar retirado donde pueda permitirme la libertad de ser un hombre de honor.
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[...] Los hombres, ¡pardiez!, son así. ¡La vanidad los arrastra a semejantes actos! ¡En este concluye la buena fe, el virtuoso favor, la justicia y el honor que uno encuentra entre ellos! Vamos; ya he soportado demasiado los sinsabores humanos; marchémonos de este bosque o de esta madriguera. Puesto que vivir entre hombres es vivir ¡felones!, entre fieras, no volveré jamás a convivir con mis semejantes.
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[...] Ya sé que sobre la pasión no hay poder algunos; que el amor quiere siempre vivir sin ataduras, que no se penetra nunca a la fuerza en un corazón ajeno, y que toda alma libre de aceptar un dueño. Por eso, no tendría yo motivo de queja si vuestra persona se hubiera conducido sin fingimientos, rechazando mis aspiraciones desde el primer momento; mi corazón no hubiera hecho más que culpar de ello al destino. Mas ver mi ardor alentado por un estímulo engañoso ya es traición, es una perfidia, que no podría nunca sufrir un castigo demasiado severo, y puedo permitirle todo a mi resentimiento. [...]
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[...] no en vano se alarmaba mi pasión; con esas frecuentes inquietudes, a menudo odiosas, sospechaba yo el infortunio que al fin he encontrado; y, pese a todas vuestras protestas y a vuestros conocidos fingimientos, mi astro me indicaba lo que debía temer. [...]
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Mi estado de ánimo me impulsa a vivir como desterrado. El cielo, al darme la vida, no me ha proporcionado un alma con los aires cortesanos. No tengo las virtudes exigibles para triunfar y abrirme paso en ella. Ser franco y sincero es mi único mérito; no sé engañar a los hombres cuando hablo, y quien no posea además el don de ocultar lo que piensa debe residir lo menos posible en este país. [...]
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[...] y la conclusión fue que haríais bien en preocuparos algo menos de los actos ajenos y bastante más de los vuestros; que debe uno mirarse mucho antes de decidirse a condenar a los semejantes; que hay que poner el contrapeso de una vida ejemplar en las correcciones que uno intente hacer de los otros, y que es preferible por lo demás, en último caso, dejar la tarea en manos de quienes el cielo ha confiado tal misión.
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Es el primer libro publicado por Carlos Fuentes.