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ISBN : 8416485038
136 páginas
Editorial: Esdrujula (22/06/2015)

Calificación promedio : 5/5 (sobre 1 calificaciones)
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Críticas, Reseñas y Opiniones (1) Añadir una crítica
Beatriz_Villarino
 23 September 2018
Ha sido un placer descubrir a Andrés Pociña. Otra alegría que me llevo de la Feria del Libro de Madrid. Medea, Safo, Antígona son tres piezas dramáticas, como reza el subtítulo, con un punto en común: tratan sobre tres mujeres de la Antigüedad Clásica, si bien sólo una de ella es real. Pero tienen otra coincidencia que las iguala; ahí empieza la magia del teatro, y es el punto de vista femenino de las tres historias. He quedado gratamente sorprendida al descubrir una Medea que, no es la malvada bruja que habíamos estudiado en la mitología sino que, nos hace ver los hechos ocurridos con Jasón, razona sobre ellos y sobre las circunstancias que la llevaron a matar a sus hijos. Situación que hoy no es perdonable, dada nuestra sensibilidad tan distinta a la de la época Antigua; aun así empatizamos con ella, por las circunstancias que rodearon al filicidio.

He quedado en paz con la poesía, con Safo y con la emotividad que emana tanto su forma de ser como su palabra; una mujer que a pesar de tener en contra a toda su época, lucha por despertar el interés femenino en la cultura.

He quedado arrobada con Antígona; es verdad que la fuerza de este mito siempre me ha fascinado, pero al leer Antígona ante los jueces, la oleada de rabia e impotencia que me ha invadido ha hecho que desee para mí su integridad, su fuerza y su convicción ante los actos que lleva a cabo.

Lo que más ha conseguido sobrecogerme es que el punto de vista femenino se lo ha dado un hombre. (He investigado algo sobre él y sólo he visto títulos que aluden a mujeres, lo que seguro me permitirá seguir leyéndolo).

Las tres piezas dramáticas tienen diferentes estructuras: Medea en Camariñas es un monólogo en el que sin embargo entran a escena otras mujeres cuyas funciones son la catártica y las de ayudar a que la protagonista consiga establecer la de reflexión, la terapéutica y la comunicativa, pues estas figurantes -lavanderas, como Medea- dan pie a la protagonista para que se enfade, se entristezca o se emocione mientras cuenta su versión de lo sucedido años atrás: por qué se unió a Jasón, por qué no se separó de él, qué pasó con su hermano Apsirto y por qué llegó a matar a sus hijos, hecho que será su condena durante toda su vida.

En el monólogo mezcla su historia pasada con las acciones que hacen las demás en el presente, y mezcla lo ocurrido con lo que después se escribió «¡Todo pura mentira! A mí me hace gracia ese ingenio fantástico que tienen los hombres, os lo juro: son capaces de inventar las cosas más estrafalarias del mundo para explicar las más sencillas; pero no les ponen ningún sentido común. ¡Qué rabia da cuando se te resbala el jabón de las manos y va a parar al fondo del agua! No te preocupes, Sabela; coge este panal mío si quieres...» de esta forma la estructura mantiene una unidad, todas las acciones forman un todo y ayudan a que la composición de los hechos sea recordable.

En el monólogo hay alusiones a los escritores de Medea, con lo que se mantiene la idea de inmortalidad, de mito, aunque cambie la historia, sobre todo para desmitificar a Jasón: «Jasón y los otros estaban en el barco, preparados [...] dispuestos a huir si nos descubrían. En realidad los que robamos la oveja y el carnero [...] fuimos yo y mi hermano Apsirto [...] Apsirto [...] muerto de miedo dejó escapar la oveja [...] yo arrastraba el carnero, más difícil de sujetar. de este modo fue como huyó Jasón de Cólquide, así fue como huyó Medea del reino de su padre, de noche, a escondidas [...] ¡Ya veis amigas, que leyenda más gloriosa!».

Es muy importante la puesta en escena, el juego de acciones, la relación ente los significantes y el referente. Importantes los signos no lingüísticos, las miradas de aquéllas que no hablan. Importante la acción principal que se lleva a escena: lavar la ropa sucia, signo inequívoco de purificación, no sólo para Medea sino para la mujer en general «Sin embargo no vayáis a pensar que yo me enamoré de Jasón. Os repito que esto fue simplemente lo que más me fastidió, que todos cuantos hablan de mí, vosotras mismas, no me mires así, Rosina, que imagino muy bien lo que diréis de mí cuando no estoy delante [...] Porque si yo fuese bruja, como dicen [...] ya me habría arreglado de otra forma en Camariñas, y sacaría para no tener que vivir en esa pobre cabaña, llena de goteras».

Medea representa la pasión sexual de la mujer llevada hasta sus últimas consecuencias «Cuando miraba para ti, no sabías que hacer, porque te venía como un escalofrío que te recorría el cuerpo...» por lo que no es de extrañar que ella, que lo dio todo por un hombre del que se siente despreciada, humillada, incluso violada, entre en una locura transitoria cuando se va a ver desposeída de lo que más quiere «...que Jasón se va a casar con la hija de Creonte, que yo tengo que marcharme de Corinto y, sin embargo, mis hijos [...] debían quedar con el padre, que ya los cuidaría su nueva mujer...»

Todo el monólogo destila una sensibilidad especial hacia la situación de la mujer. Medea, apartada del resto de lavanderas al principio, es signo de soledad. El silencio que la rodea es signo de la censura a la que ella, portavoz de muchas mujeres, ha sido sometida; sin embargo aparece, al menos entre las mujeres, un signo de comprensión al rodearla para seguir escuchando con interés su historia.

Atardecer en Mitilene, como su nombre indica representa una charla entre Safo, mujer madura y un grupo de alumnas, todas jóvenes. Además aparece un figurante, un portero que no dejará de tener su punto irónico al final, sólo con gestos, ante la orden que le da Safo, cuando todas se han ido a dormir.

El escenario es de alegría, paredes blancas de un patio, macetas con flores de colores, dos chicas pintando, una la pared, de blanco, otra los soportes de las macetas, de verde. El resto está rodeando a Safo en sillas de anea. Destacan pues los signos visuales, el atardecer alude a la madurez de la protagonista, al momento propicio para las confidencias, a la nostalgia, pero ante todo a tomar consciencia de lo que somos.

La poetisa Safo va vestida de blanco, color que le aporta pureza aun a pesar de sus años; está claro que por su posición y vestimenta es un referente para la juventud. Todas las chicas llevan vestidos claros, símbolo de ingenuidad. El significado de la escena, de ese signo teatral que han formado entre todos es delicioso: se debe educar a la mujer no sólo para los trabajos del cuerpo, de la casa, sino también en el espíritu, el arte, la cultura.

El diálogo no defrauda, además de suponer un placer escuchar algunos de los versos de esta mujer del siglo VI a.C.

Amor agitó mis entrañas
como un viento que baja el monte abatiendo las encinas

Es un placer la llamada de atención que el autor, a través de la protagonista, dirige a las mujeres jóvenes de hoy «...te diría que últimamente nos estamos pasando un poco con tantos epitalamios. [...] le estamos dando demasiada entrada a hombres hermosos en nuestros versos (se queda callada, pensando). Quizá también en nuestras existencias. (Con decisión). Es preciso retornar de nuevo a nosotras mismas. Antes que nada a nosotras.»

Básicamente éste es el mundo de la representación, la enseñanzas de Safo a sus discípulas, en las que predomina la verdad que debe rodear nuestra vida, la honradez, la necesidad del estudio, de la cultura para ser mejores, y por supuesto el amor, pero de una sensibilidad no usual entre los hombres de su época, por eso no es de extrañar que, la mayoría de las veces, lo encontrara entre las propias mujeres

y cuando ríes seductora. Esto
hace saltar mi corazón dentro del pecho.

Aunque debió luchar contra la época, contra los hombres, y contra la propias mujeres en su recinto idílico pues todo, fuera de esas paredes, era una realidad burda, brutal y despiadada... ¡Qué cerca tenemos nuestra sociedad a la suya! ¿Es que el mundo no cambia?

Safo.- Había un barco de fuera [...] llevaban jóvenes mujeres negras, todas con las manos atadas, supongo que para impedir que se arrojaran al mar para escapar
[...]
Irina.- Y allí las venden como esclavas
Filenis.- Y cuando hay menos suerte como putas.
Mégara.- ¿Y tú no protestaste Safo?
Safo.- Lo hice ante la guardia del puerto. Me contestaron, con más sorna que respeto [...] serían la primeras en quedarse sin comer ni beber si insistía en mi denuncia.

Antígona ante los jueces es una obra teatral en un acto. La protagonista se convierte en acusada y abogada del cargo que se le imputa: Desobedecer la ley impuesta por el rey que consistía en la prohibición de enterrar a su hermano Polinices por considerarlo un traidor y atentar contra Tebas.

Los signos escénicos aportan interesantes significados que, como las obras anteriores, acercan esta Antígona no sólo a la actualidad sino a la categoría de personaje real.

En el escenario hay un tribunal que presume estabilidad y justicia al estar presidido por el rey Creonte con dos jueces y 2 juezas, lo que nos trae, no sin un punto de ironía, a nuestra paridad actual.

Al otro lado del escenario está el coro formado por cuatro hombres representantes de cuatro pueblos diferentes, voces que se levantarán primero en defensa de Antígona pero que poco a poco irán callando ante las órdenes del absolutista Creonte. Asimismo hay un pueblo 5 en las primeras filas del público; una forma de imbuirlo como personaje para hacerlo partícipe del conflicto de la protagonista. Antígona queda en el centro, símbolo de la soledad. Es un signo polisémico pues representa la soledad del hombre frente a la masa del pueblo. Representa la indefensión del ser humano ante un dictador. Representa el menosprecio de toda la sociedad hacia los sentimientos frente a las leyes humanas. Representa la fragilidad de la mujer frente a la fiereza del hombre.

La puesta en escena subyuga; destacaremos la función renovadora de códigos, la función de reflexión; poco a poco van contando con analepsis los comienzos del argumento, pues para captar rápidamente la atención del público, la obra comienza in medias res, además de que, desde el principio el público de la sala es tratado como público del juicio. La función revitalizante aparece en la liberación de la mujer, ella es su propia defensora y ella es quien decide su final, y por supuesto, al cuestionar las leyes partidistas que rigen un país se incide en la función de crítica socio-política. En general la obra hace honor a los cuatro verbos imprescindibles de la retórica aristotélica para el teatro: Movere, Conmovere, Docere y Delectare.

El personaje de Antígona es único, de una fuerza increíble, adquirida, sin duda, en su relación con los otros personajes. Antígona es una mujer joven; es la única característica en la que incide el autor, pue según la mitología murió joven. El resto de marcas que la caracterizan no tienen importancia, da igual cómo vaya vestida o lo que lleve puesto. El personaje irá convirtiéndose en persona, se hará creíble al interactuar con los otros; mediante gestos, silencios, obviedades en el turno de palabra que no respeta o su propia voz se va constituyendo en ser, nos va revelando su interior. Antígona ocupa entonces, en el lector, un puesto entre los seres indefensos que pueblan la sociedad, aquéllos que aun sabiendo que todo lo tienen perdido no cambian su opinión ni reivindicación en lo más mínimo. Antígona es portadora de un conflicto que, a lo largo de la trama, está inmerso en el conflicto de otro personaje y unido, por medio del Pueblo 5, al conflicto del público. El conflicto personal se hace grupal, social, humano y se convierte en Conflicto Universal.

Si tenemos en cuenta que cada conflicto de la obra representa un punto tensional, podemos decir que el conflicto teatral es lo que más se parece a la vida.

Y si tenemos en cuenta que la tensión de Antígona arrastra a la tensión de Creonte, a las de los jueces y a las del propio público, llegamos a la conclusión de que Antígona no es un simple personaje teatral, es un mito en el escenario, porque universalmente nos identificamos con la defensa del amor.

La Antígona de Pociña no incide tanto en la ley divina de a.C., según la cual había que enterrar a los muertos para que su alma no vagara eternamente, sino en la compasión, en la pena que le da dejar el cuerpo de su hermano, sin abrazarlo, sin limpiarlo, sin cubrirlo tras su muerte.

Tres joyas dramáticas que, indudablemente estoy deseando ver en escena cuanto antes.

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