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Aún no se lo he dicho a mi jardín me ha sumido en una tristeza difícil de describir esta semana. Comencé pensando que quizá era un error leerlo, que podría ser pronto para enfrentarme a determinados recuerdos. Sin embargo ahora, una vez terminado, tengo la sensación de que ha sido un buen ejercicio sumergirme en la belleza con la que Pia es capaz de envolver el camino hacia la muerte. Leyendo este libro me han venido muchas imágenes a la cabeza: nosotras hincando las rodillas en el suelo para arrancar las malas hierbas, nosotras escogiendo el lugar adecuado para plantar el jazmín, nosotras no rindiéndonos con el limonero... un nosotras que ya no es posible pero que no solo no impide que pueda seguir disfrutando del jardín sino que creo ha contribuido a que no haya nada que me produzca tanta paz y consuelo que cuidar de este. Y es que hay algo terapéutico en ello y me ha alegrado sentir que es así también en la persona de Pia. Ser partícipe de las observaciones de Pia sobre su jardín, teclear en Google los nombres de aquellas plantas que no conocía y quererlas todas ha sido lo que ha puesto color a esta lectura que es tremendamente triste. Porque la muerte lo es, a pesar de que Pia la acepte como un camino más a recorrer con sus luces y sus sombras. Y qué bien sabe exponer estas, con qué honestidad y libertad. Pia no tiene miedo a las contradicciones y así sus memorias pueden provocarte ahora rabia, después tristeza y al dar la vuelta a la página alegría. Cuatro días después de terminar Aún no se lo he dicho a mi jardín sigo teniendo en mi cabeza una imagen clara de ese jardín de la Toscana y sigo saboreando algunas de las reflexiones de la autora. No puedo decir que su lectura haya sido fácil, tampoco que no hubiera momentos en que haya deseado poder avanzar más rápido, pero una vez terminado me quedo con su belleza. + Leer más |