.. el libro que acaba de abrir y que ya cierra su trampa sobre él, una trampa que nunca más volverá a abrirse, es, como lo demostrarán las cuatro horas ininterrumpidas que pasará con él, en él, tan lejos de todo que la fiebre, la garganta enrojecida y el dolor de los músculos le parecerán contratiempos vividos por otro, en otro país y otra época, y sus padres y hermanos y amigos y el mundo en general, blanco antes de su envidia y su odio, porque podían hacer todo lo que a él le estaba vedado, se empequeñecerán, perderán definición, color, movimiento, hasta convertirse en mortales pálidos —que ese libro es el otro lugar que tiene la forma de la felicidad perfecta, y que, como escribió alguien a quien él leerá recién veinte años más tarde, cuando ya no esté circunstancial sino crónicamente enfermo, tanto que sólo será capaz de hacer lo único que quiere hacer, quemarse los ojos leyendo, quizá no haya habido días en nuestra infancia más plenamente vividos que aquellos que creímos dejar sin vivirlos, aquellos que pasamos con el libro por el que más tarde, una vez que lo hayamos olvidado, estaremos dispuestos a sacrificarlo todo.
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