En la cabecera del estanque, el nuevo árbol-corazón se entrelazó con el antiguo, en un abrazo que sellaba la herida irregular. Y ambos echaban pequeñas flores blancas, como estrellas.
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En la cabecera del estanque, el nuevo árbol-corazón se entrelazó con el antiguo, en un abrazo que sellaba la herida irregular. Y ambos echaban pequeñas flores blancas, como estrellas.
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Yo habría pagado con gusto una docena de copas de plata por oír otra voz mortal, a cambio de la posibilidad de creer que no todo el mundo había muerto.
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—Aprenderás a sentir menos, niña; o aprenderás a amar otras cosas.
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Lo miré fijamente, a las finas líneas que partían de las comisuras de sus ojos, día tras día dedicados a unos libros polvorientos, sin amar nada más (...)
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—¡No quiero más sensatez! —dije a voces, como un azote en el silencio de la sala—. No si la «sensatez» significa que no querré a nadie. ¿Qué hay, aparte de la gente, a lo que merezca la pena aferrarse?
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Sois demasiado joven para ser tan fuerte, ése es el problema; no os habéis desprendido de la gente. Cuando hayáis visto partir a un siglo de los vuestros, entonces seréis más sensata.
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—No es necesario que un libro sea mágico para que sea valioso (...)
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No era como la luz de La invocación, cuyo brillo era frío y claro. Ésta daba la sensación de regresar a casa tarde en pleno invierno y encontrar una lámpara que luce a través de la ventana, que te llama para que entres: era una luz llena de amor y calidez.
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No se puede sanar la ausencia.
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Sin embargo, aquella horrorosa vida a medias que quedaba en ella parecía peor que la muerte.
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¿Qué criaturas mágicas podemos encontrar en Gringotts, el banco de magos?