La tradición era un agujero sin fondo en el que se metían todas las preguntas sin respuesta y que servía para perpetuar desigualdades.
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La tradición era un agujero sin fondo en el que se metían todas las preguntas sin respuesta y que servía para perpetuar desigualdades.
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Le repugnaba el orden de prioridades de los medios de comunicación, que le ponían luz a una parte del mundo y condenaban a las tinieblas a otra; que dejaban sin nombre a las personas que fallecían en el Mediterráneo y que se afanaban en dar hasta el más mínimo dato de quienes nacían en el lado «bueno» del estrecho de Gibraltar.
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Hay gente que piensa que el racismo no es más que una sarta de complejos que sirven para justificar los fracasos, y luego hay personas como Sandra, para quienes es un pulpo con infinidad de tentáculos que condicionan sus relaciones y los abocan a la soledad.
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Para Sandra, crecer sin referentes era como caminar sin rumbo y sola; como caerse muchas veces, limpiarse el polvo de las rodillas y continuar.
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El endorracismo, una forma atroz de autodesprecio derivada de la interiorización de los estereotipos que existen en torno a lo que se supone que es ser negro. «Para ser negra eres guapa», «fíjate qué buenas notas saca, y eso que es negra», «es negra, pero no da problemas», «ya sabes cómo son los negros» o «pero si tú de negra solo tienes el color», eran frases que ella combatía y que llevaba prendidas en las entrañas. Quitarse esos prejuicios no era tan fácil, requería darse la vuelta como un calcetín y arrancarse los ojos para cambiar su mirada.
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Juntos exhumaron la historia enterrada y juntos recibieron el abrazo de una realidad en la que las personas negras no eran eternas segundonas sino protagonistas, héroes y heroínas. Primero los leía Sandra y después él, o a la inversa, y los comentaban. Cada página les daba un motivo para recordar que eran importantes, que existieron y que existían.
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—¿Dónde he nacido o de dónde me siento? —Interesante —contestó Max —. Las dos cosas. —Soy mitad de Guinea Ecuatorial y mitad española. [...] Era las dos cosas, le pesara a quien le pesase; ahora bien, en los sentimientos, la biología no mandaba. Si Sandra seguía sintiéndose de Guinea Ecuatorial era porque no la dejaban sentirse de España. |
El padre de Sandra vivía en una contradicción permanente, puesto que por un lado trataba de inculcar a sus hijas un sentimiento de pertenencia a su pueblo fang, presente en varios países de África Central, pero por otro daba la sensación de que tenía la obligación permanente de contarle a todo el mundo que tenía estudios, que trabajaba, «que no era como el resto»...
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Sandra miró a su alrededor y se dio cuenta de que casi no había niños blancos. Entendió que la pobreza tiene la piel oscura y que raza y clase van de la mano.
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—¿Por qué tienen que pensar mal, mamá? —Sandra seguía sin entender. —Porque eres negra... Y eso no es malo, hija, pero mucha gente cree que sí, así que tienes que cambiar la idea que tienen sobre ti. [...] —Pero ¿por qué tengo que cambiarla yo, si no me conocen? —preguntó Sandra con los ojos brillantes, pero sin dejar que se le escapara ni una lágrima. |
¿Qué objetousaron como traslador en el Mundial de Quidditch?