Por eso, los migrantes y sus hijos son eternos errantes, aunque no se muevan. Son el puente que une, la frontera que separa. Son corazón y son nnem, depende del momento, depende de los otros, y depende de ellos mismos. Ella ya no es Sandra ni es Nnom, es todo junto, hasta sus nombres gritan su riqueza, su intersección y su diferencia. Narran el sendero que empezó antes de que ella naciera y que está lleno de trechos bellos y vías muertas. No queda otra que seguir la marcha: nació en un camino y continúa en él.
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