Asesino de brujas: Dioses y monstruos

Aunque había sabido poco de la vida cuando estuve con ellos, incluso entonces se notaba que el suyo era un amor que lo cambiaría todo. Un amor que rompería el mundo. Un amor que lo haría nuevo.
Su amor había sido la cura.

Lo odiaba. La odiaba a ella. Odiaba no odiarla en absoluto.

Nosotros también habíamos sido inadecuados el uno para el otro. Y al mismo tiempo tan tan adecuados…

Muerte, nuestra amiga y enemiga, irremediablemente nos llega a todos. Excepto a mí.

Haría cualquier cosa que me pidieras. Si besarla impidiese que cayera una sola lágrima más, la besaría un millar de veces.

No es trabajo de nadie más que mío. Y si yo no puedo hacerme feliz a mí misma misma ¿cómo puede hacerlo él? ¿Cómo pueden hacerlo mi madre o mi tía o mi familia?

De hecho, como un erizo de mar, la única hazaña que has logrado en toda tu vida es sobrevivir.

La esperanza es lo que más importa, replico con fiereza. La esperanza no es la enfermedad, es la cura.

El miedo era inevitable. Todos hacíamos nuestras elecciones y todos sufríamos nuestras consecuencias. Todos teníamos miedo. El truco era aprender a vivir con ese miedo, continuar adelante a pesar de él.

El miedo era inevitable. Todos hacíamos nuestras elecciones y todos sufríamos nuestras consecuencias. Todos teníamos miedo. El truco era aprender a vivir con ese miedo, continuar adelante a pesar de él.