«Aquiles se parecerá a él cuando se haga viejo», dije para mis adentros. Y entonces me acordé de que él jamás iba a envejecer.
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«Aquiles se parecerá a él cuando se haga viejo», dije para mis adentros. Y entonces me acordé de que él jamás iba a envejecer.
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—Pero ¿me perdonarás? —No necesito perdonarte. —Alargué la mano para coger la suya—. Tú no puedes ofenderme. —Hablé con cierta precipitación, pero con toda la convicción de mi corazón. |
Briseida, si alguna vez hubiera deseado tomar esposa, te habría elegido a ti.
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Tampoco él sabía enfadarse conmigo. Éramos como un bosque mojado en el que no prendía el fuego.
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—Ve con cuidado mañana, eres el mejor de los hombres, el mejor de los mirmidones. —Me puso los dedos en los labios para impedirme que negara sus palabras—. Acéptalo por una vez.
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«No puede matarme. No debe hacerlo. Aquiles acabará con él si lo hace, y él debe vivir siempre, no debe morir jamás, ni siquiera cuando sea viejo, ni siquiera cuando esté tan consumido que la piel se le deslice por los huesos como el arroyo sobre las piedras del fondo». Héctor debía vivir, porque su vida, pensé mientras retrocedía a gatas sobre la hierba, era el hito final antes de que corriera la sangre del mismísimo Aquiles.
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Sonrió como si me hubiera escuchado el pensamiento y su rostro resplandeció como el sol.
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—Si tienes que ir, sabes que iré contigo.
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—Nada podemos decir nosotros, que solo somos hombres, un breve destello de una antorcha. Quienes vengan detrás nos elevarán o nos hundirán a su capricho. Patroclo va a ser de esos que van a crecer en el futuro.
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Así empecé a comprender cuál iba a ser mi lugar allí. Hasta ese momento había sido un príncipe al que se esperaba y cuya llegada se anunciaba. Ahora era insignificante.
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¿Qué criaturas mágicas podemos encontrar en Gringotts, el banco de magos?