¡Era necesario que algún hombre, aunque tuviera menos escrúpulos o un intelecto inferior al suyo, la tutelara, le diera un nombre, quizá menos limpio, menos honrado y menos digno que el suyo! Sin amarlo, sin poder darle una felicidad perfecta, ella tendría que someterse a su voluntad, a su capricho, sacrificando su alma en el ejercicio de mentirosos deberes.
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