Hemos cambiado lo importante y transcendente por lo llamativo. Pasamos de una sociedad sólida de valores sólidos a otra líquida en la que nada permanece: ni ideas, ni sentimientos, ni palabras. Esta insustancialidad irritante mermó nuestra valentía como ciudadanos, nos dejamos envolver por la nube narcótica de un cierto bienestar. No defendimos con fiereza nuestra sanidad pública ni peleamos por los derechos, tampoco por los barrios y las personas. Entregamos la victoria a los depredadores. |