«La mancha en la pared» de Virginia Woolf no es un cuento: es un flujo de conciencia, de asociaciones automáticas, muchas ininteligibles o con referencias que desconozco. Es inútil buscar lógica o sentido en este texto. La visión de la dichosa mancha lleva a la autora a asociaciones de lo más absurdo que hacen dudar de su equilibrio mental y de su afición a la limpieza. Tras ocho páginas de elucubraciones, al levantarse de la mesa donde está sentada y desde donde observa la mancha descubre que ¡oh spoiler! la mancha era un caracol.
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