Al amanecer una niebla compacta y gris me impedía ver nada desde mi ventana. Por si fuera poco, una terrible resaca me sacudía el cráneo, como un boxeador que está sufriendo la paliza de su vida. No estaba acostumbrado a beber alcohol, y aunque solo había tomado un par de copas de vino mi cuerpo las había recibido como una intoxicación etílica de primer nivel. Adopté la mejor medida para estas circunstancias: beber agua sin descanso. Salir a correr un rato también era una solución, pero me fallaban tanto las fuerzas como las ganas.
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