Un grito de amor desde el centro del mundo

Al salir del hospital, de vuelta a casa, el presentimiento de que podía perder a Aki se extendió por el interior de mi cabeza como una mancha de tinta negra. De pronto, sentí el impulso de marcharme a alguna parte. Lejos, a algún lugar donde pudiera olvidarlo todo. El camino que, pocos meses atrás, solía recorrer con ella, ahora lo estaba recorriendo solo. Y la premonición de que jamás volveríamos a recorrerlo juntos la sentí con una certeza innegable.

-Por más que diga, la mayoría de la gente no piensa más que en sí misma-proseguí-. Con que yo coma bien, vale. Con que yo pueda comprarme lo que quiera, vale. Pero enamorarse de alguien significa pensar primero en el otro. Si yo sólo tuviera un poco de comida, querría dártela a ti. Y, sólo con que tú me dijeras que estaba bueno, ya se me quitaría el hambre y, si tú estuvieras contenta, también lo estaría yo. El amor es esto. ¿Crees que hay algo más importante que eso? A mí no se me ocurre ninguna otra cosa.

Aunque todas las noches me dormía pensando en ello, rezando, por las mañanas me despertaba sano, y la que seguía padeciendo a causa de la enfermedad era Aki. Yo también sufría, pero mi dolor no era más que un vano intento de experimentar el suyo.

Su voz permanece claramente en mis oídos. "¡Ojalá el sueño fuera realidad y la realidad fuese un sueño!", pienso. Pero es imposible. Por eso, al despertarme, siempre estoy llorando. No es porque esté triste. Es que cuando regreso a la realidad desde un sueño feliz, me topo con una fisura que me es imposible franquear sin verter lágrimas. Y eso, por más veces que ocurra, siempre es así.

La felicidad era como aquellas nubes que cambian de apariencia a cada instante.

Pues yo, cuando leo que los cristianos dicen que la muerte es hermosa y que no hay por qué temerla, me indigno. Me parece algo estúpido y arrogante. La muerte no es hermosa. Es patética y vacía. Y tenemos que aceptarlo.

Había perdido por completo el sentido de que algo proseguía, crecía y se formaba, el sentido de que las cosas cambiaban. Para mí, la vida era una simple sucesión de instantes.

Mi amor por ti existe aquí y ahora y, por lo tanto, seguro que existirá después de la muerte.

Igual que ahora, que tampoco estoy aquí. Es como si me hubiera metido por azar en un lugar que no es pasado ni presente, ni vida ni muerte.

¡Ojalá el sueño fuera realidad y la realidad fuese un sueño!