Pero muy poco después de la medianoche la tormenta amainó, como si percibiera la proximidad de la hora de las brujas, de las horas de la noche en que el pulso de los hombres es más lento y los agonizantes se deslizan con menos resistencia hacia el sueño definitivo. Durante unos cinco minutos hubo un silencio pavoroso, al que siguió el flojo gemido rítmico del viento que suspiraba y arremetía entre los árboles como si su misma furia lo hubiese agotado.
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