"Esa belleza absoluta que siempre aparece en el fondo del terror"
No sé si es una novela de amor. Aunque hay amor. No sé si hay belleza en el terror, intuyo que no, que nunca, pero hay ternura: la de la compasión, incluso por nosotros mismos. Creo que en esta historia pesan más los finales que los principios porque existe el perdón para dejar ir, para desasirse, para desacostumbrarse, para que, por fín, los límites entre la ficción y la realidad, entre lo real y lo fantasmagórico, se difuminen.
El narrador y Valentina comienzan su relación siendo dos adolescentes en un pequeño pueblo gallego. Y el amor, como todos los amores, comienza aspirando a la eternidad. Siempre. Aunque desconozcan quiénes serán después, probablemente dos desconocidos pasados unos años, cuando la vida les lleve por caminos opuestos y les coloque en realidades diferentes; cuando, con el desgaste, la envidia y los celos, comiencen a cultivar el desamor. Juntos, pero el desamor.
Él, un periodista mediocre que se dedica a escribir obituarios anticipados, devastado por las drogas y una vida disoluta, en la que uno se miente y miente, y se daña y daña. Ella, una actriz de éxito en la cresta de la ola. El 27 de febrero de 2018 está marcada como la fecha de su separación definitiva.
En la mejor tradición popular gallega, se entremezclan en la historia el amor y la muerte, los fantasmas y las brujas, lo paranormal. La muerte física y la del amor. Los fantasmas incorpóreos y los de los recuerdos que se niegan al olvido.
Con una narrativa en la que prima lo coloquial, la ironía y una retranca imposible de disimular, aunque el autor logre plasmar ocasionalmente imágenes líricas potentes, logramos intuir sentimientos del propio autor, quizá más de una vivencia que él mismo reconoce y, sin duda, su propio carácter, su mirada personal. Aún así, todo es pura ficción. Pero, parafraseando al narrador, "las novelas se escriben para hacer verosímil lo extraordinario". Aunque no te lo creas.
Jabois se gusta y se recrea, resultando excesivo, con una forma de narrar más efectista que efectiva por lo que, con toda la dosis de intensidad que intenta trasladar, el dolor, la hipertoxicidad de una relación de extrema dependencia,
salpicada de referencias vanales y muy superficiales como técnica de identificación con una generación, y el giro final de la historia, mis emociones salen intactas del proceso de lectura.
En todo caso, ya en el epílogo encuentro al autor más profundo, contenido y sereno, con la narración en primera persona de Valentina: el personaje más ajeno a sí mismo.
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