Con el verano llegan a mi vida las chanclas piscineras, las terracitas cerveceras, las refrescantes sandías y las novelas negras y/o policiacas. Soy, pues, en este tipo de novelas, un lector de temporada y con esta que aquí les traigo empiezo la de este año, una novela catalogada por muchos como de las más grandes y novedosas del género. La verdad es que no sé muy bien por qué mantengo esta tradición veraniego-literaria. Rara vez disfruto de estas lecturas, o, si las disfruto, algunas, no muchas, es como si fuera un placer de segundo orden, algo así como una alegría piscinera en comparación con el gozo marítimo o la dicha oceánica. Así que a los amantes del género les recomiendo que, entre que soy una especie de dominguero en este campo aledaño a mi terreno habitual y que me estoy volviendo un jodido snob en esto de la lectura, pasen de mi calificación y se dejen aconsejar mejor por quién sepa de estas cosas. La novela es un arsenal de diálogos, solo interrumpidos por breves acotaciones, que dicen los entendidos fueron la punta de lanza de muchos de los que vinieron después. Yo, pobre de mí, soy incapaz de apreciar estas novedades a balón pasado y simplemente puedo decir que la novela me ha entretenido, y no mucho pues es cortita y se lee en un par de tardes. Su argumento es pura teoría de juegos, una situación de esas en las que todos saldrían ganando si se quedaran calladitos pero que, lamentablemente, todos tienen incentivos a abrir la boca y, para su propia desgracia, todos se pirran por los incentivos. El resultado… estudien teoría de juegos o lean la novela… o refrésquense con la cerveza o con una raja de sandía bien fresquita y disfruten del verano. + Leer más |