Fernando Gonzáles invita al lector a un peregrinaje. Las colinas de sus meditaciones, las montañas de lucidas sentencias, las grietas del pensamiento codificado es la ruta ofrecida por él y es la travesía aceptada por el lector. El lector turista puede tropezarse con facilidad. Este es el viaje propicio para el lector peregrino, el que sabe deformarse con cada página y demorarse en constituir nuevamente sus visiones de mundo. Fernando parece delirar. Pero no. Es la magia de la espontáneidad. Escribir como caminar, he ahí el secreto. Permitirle a la fluidez de los pasos el trazo de la grafía, la traducción de ideas que forman párrafos. Este libro es un valle. Hay en él grietas, promontorios, vaivénes, es el pensamiento suelto que parece que no va a ninguna parte, pero rodea o atisba el todo. Es, como el mismo autor plantea, el indicio de una sintesís. ¿Qué más espiritualidad que esta? ¿Por qué acatamos panfletos acartonados de superación si es en la filosofía con toques de mística y contradicción donde deviene el genuino superarse? Maestro es el que sabe contradecirse. Ahí yace la pluralidad de los rostros, el verdadero peregrinaje. El Fernando que sale no es el mismo que el que llega. El lector acompaña el advenimiento de reflexiones sueltas, de una metafísica fisiológica o un materialismo espiritual. Uno no sabe, y en ese no saber hay trozos, hallazgos, infantes revelaciones que pueden tomar forma conforme el viaje avanza. Maestro es el que logra metaforizar los pensamientos del lector. Este peregrino logró que me cansara de sistematizaciones, de oxidadas composturas. Hay que echarse a andar. Dejar de ser para ser profundamente. + Leer más |