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Crítica de Noni


Noni
31 May 2023
Hannah Gold lo ha conseguido de nuevo. Si en su anterior libro, El último oso, nos pareció verosímil la amistad entre un enorme oso blanco y una niña, en esta ocasión son una gigantesca ballena gris, Morro Blanco, y un niño de once años, Rio, los protagonistas de una historia que va más allá de la amistad. Trata de sobrevivir, sobrevivir como un enorme cetáceo amenazado constantemente, sobrevivir a una madre que sufre una enfermedad mental y que apenas puede ocuparse de ella misma como para hacerlo de su hijo pequeño.
¿Cómo hace la autora para que volvamos a caer rendidos ante una historia que parece un calco de la anterior? Humanizando, lo justo, a los animales. Estrechando esos vínculos primitivos e invisibles que existieron (yo creo que existen todavía) entre humanos y el resto de especies, “La conexión entre los dos era antigua como el tiempo y profunda como el océano.”. Transmitiendo, con ternura y sensibilidad (sin caer en la ñoñería) que los humanos seríamos capaces de vivir con armonía en este precioso planeta si escucháramos con el corazón el latido del resto de especies, de la naturaleza en general. Dependemos de ella para sobrevivir así que por puro egoísmo deberíamos ser más prudentes con el trato que le damos. Exponiendo con emoción la incapacidad de una madre enferma para cuidar de su hijo, la impotencia de éste para intentar curarla al tiempo que descubre, con rabia, lo fuerte que puede llegar a ser cuando la vida le pone a prueba, “¡Yo soy el que ha estado con ella todo el tiempo! ¡Yo soy el que le hace el té en mitad de la noche cuando no puede dormir! ¡El que le compra galletas de jengibre cuando no quiere comer nada más! ¡El que la coge de la mano cuando se echa a llorar! ¡Soy yo, no tú!”, le grita a su abuela recriminándola que no hiciera más por su hija.
Morro Blanco es la excusa para la rabia que siente Rio. Rabia por las ballenas que como ella mueren en mitad del océano (su casa, no lo olvidemos) amarradas a las redes que los pescadores de langostas dejan atrás. Rabia por no disfrutar de la infancia y tener que cuidar de su madre. Rabia por estar a miles de kilómetros de ella y no poder ayudarla. Rabia por sentirse solo.
Sin embargo, van a ser la soledad, la impotencia, la rabia, las que le empujen tras Morro Blanco a la inmensidad del océano, no sólo para buscarla a ella, sino para encontrarse así mismo.
Enternecedora, de nuevo, la historia que ha escrito Hannah Gold.
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