La sombra del descuartizador

Tampoco recordaba haberse desvestido. Se reincorporó aún mareada. Su joven y sensual cuerpo desnudo. Tal vez sus ropas estuvieran en la sala de ingreso. Se sorprendió de no sentir miedo sino una irrefrenable curiosidad por recorrer aquella finca misteriosa, por lo cual salió de ese cuarto y pasó por la sala principal que estaba vacía. Al final vislumbró un pasillo. Lo atravesó con paso vacilante hasta adivinar entre las sombras un nuevo habitáculo. Una fuerza extraña la impulsaba a entrar allí. Por ello no dudó en penetrar a aquella habitación a través del acceso entreabierto.

El rostro monstruoso se acercaba más y más por detrás de la flama de esa vela. También había cráneos blancuzcos que flotaban por delante y detrás de la toga escarlata. Todo daba vueltas y vueltas enloquecedoras. Ahora volvía a oír el cántico retumbante. Estaba inerme, amarrada a merced de las calaveras, de la mujer horrible de la túnica y la cogulla escarlata, del pájaro demoníaco con el afilado cuchillo de sacrificio en su mano.

Una vez más el asesino se escurría y Eliot Ness parecía desconcertado. Desde su enfrentamiento con Al Capone que el destino no lo ponía ante un reto tan abismal como este. Desde su escritorio Peter Merylo lo escrutaba con creciente perplejidad, pues en tantos años al servicio de su jefe y amigo jamás lo había visto tan angustiado.

El cuerpo cercenado mostraba varios tatuajes, y Peter Merylo estaba convencido de saber quien podía haber sido en vida esa víctima o, al menos, creía conocer cual había sido la profesión de aquel infortunado joven, sin duda se trataba de un marinero.