Las familias nobles, incluso algunas de la alta burguesía que iba tomando cuerpo con los reinados de los últimos Austrias y el oro y la plata que llegaba de Indias, veían con buenos ojos que las hijas más jóvenes sintieran vocación religiosa, siempre que alguna de éstas no fuera útil para un matrimonio de conveniencia, en muchos casos ya pactado desde su nacimiento. En este caso, era la joven la que se obstinaba en haber sentido la llamada del cielo, y sus padres los que aseguraban que no existían tales llamadas.
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