No me parece bien. Ya no me cabe en la cabeza entregarlo a esa vida restrictiva y asfixiante cuando yo misma anhelo con tanta vehemencia la libertad.
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No me parece bien. Ya no me cabe en la cabeza entregarlo a esa vida restrictiva y asfixiante cuando yo misma anhelo con tanta vehemencia la libertad.
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Soporto la idea de pasar una vida entera en este planeta y no hacer todas las cosas que sueño hacer solo porque no me está permitido.
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Me pinto una sonrisa colmada de orgullo e interpreto el papel que se me ha asignado, pero por dentro me siento vacía.
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No quiero traerte a un mundo donde el silencio tapa los crímenes más espantosos—le digo—. No si puedo protegerte de ello. No permaneceré callada siempre, cariño, te lo prometo. Un día abriré la boca y ya no volveré a cerrarla.
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Se me acerca de una forma muy parecida a como imagino a un perro abalanzándose sobre la pata de un mueble, y se restriega con insistencia contra mi cuerpo como si yo fuera un trozo de madera pensado para proporcionarle esa agradable sensación de fricción.
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Ni siquiera podemos escaparnos a la bolera sin miedo a que nos siga algún cotilla entrometido. Esto no es lo que firmé.
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Tal vez nunca existió ningún camino hacia la libertad, no para ella, no para alguien como nosotras.
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Cuando una mujer deja de menstruar, debe dejar transcurrir siete días limpios durante los que se hacen dos inspecciones diarias con paños de algodón para asegurarse de que no queda ni rastro de sangre.
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Cuando una mujer está nidá, su marido no puede tocarla, ni siquiera para pasarle un plato de comida. No puede ver ninguna parte de su cuerpo. No puede oírla cantar. Está vetada para él.
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Lo que tenga que suceder sucederá de todos modos; ocurrirá lo que decida mi familia.
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Gregorio Samsa es un ...