Fernando había tratado de hacer entender a su hermano que los libros, ya fueran novelas o recopilatorios de poesía, eran objetos mágicos, ventanas que permitían asomarse al alma de los autores, que vertían en ellos sus miedos más secretos, sus anhelos más íntimos, sus esperanzas más remotas... Y eso les confería una magia muy poderosa.
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