«La vida sabe lo que se hace. Es amiga de los sementales, no de los poetas, porque sabe que, si dependiera de nosotros, se extinguiría en cuatro días.»
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«La vida sabe lo que se hace. Es amiga de los sementales, no de los poetas, porque sabe que, si dependiera de nosotros, se extinguiría en cuatro días.»
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¿Dónde había quedado el licenciado seguro de sí mismo que iba a comerse el mundo? El mundo se lo comió, admitió, soltando al aire por la comisura de los labios.
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—Es una metáfora perfecta de la humanidad —comentó Elías, encantado con el entusiasmo de su amiga—. Dos ríos aparentemente incompatibles, de durezas y temperaturas distintas se funden en un solo, creando el río más grande del mundo. No es fácil, ambos se resisten a perder su identidad durante varios kilómetros, creando ese espectáculo único, pero el mestizaje siempre acaba ganando la partida.
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Fernando había tratado de hacer entender a su hermano que los libros, ya fueran novelas o recopilatorios de poesía, eran objetos mágicos, ventanas que permitían asomarse al alma de los autores, que vertían en ellos sus miedos más secretos, sus anhelos más íntimos, sus esperanzas más remotas... Y eso les confería una magia muy poderosa.
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De madrugada, viendo salir el sol desde la ventana de su dormitorio, se dio cuenta de que sólo había una opción posible: luchar por sus sueños.
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—Podría llamarla, pero eso sería vivir la vida en prosa y hace tiempo que me lancé en brazos de la poesía.
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Sabía que el viaje en tren o en coche sería mucho más rápido, pero el río le permitía una conexión con las personas que lo habían recorrido antes que él. No sabía explicarlo, no tenía lógica, pero sentía que el río le hablaba, le susurraba palabras en un idioma que no lograba entender. Y algo lo animaba a seguir escuchando. Creía que, si escuchaba con la suficiente atención, acabaría por entenderlo.
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años. Si algo tiene la adolescencia es que quien la adolece es incapaz de ver más allá, ya que no hay nada más inconcebible para un adolescente que imaginarse como adulto. Todo es muy intenso y todo es para siempre. Cuando se disfruta, uno es el rey del mundo, pero cuando se sufre… Ay, no hay sufrimiento como el de los diecisiete.
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Para ser una auténtica diva, hay que haber pasado hambre. De algún tipo: de comida, de afecto, de libertad... Solo así se puede dar a las cosas el valor que tienen.
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La vergüenza era cosa de adolescentes; en la madurez no tenía sentido. «A partir de los cincuenta, si la vida te pone una locura por delante, hay que lanzarse con los ojos cerrados. La única vergüenza sería no aprovechar la ocasión», se dijo, convencida.
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La edad de la inocencia