Babette había puesto una fila de velas en el centro de la mesa; las pequeñas llamas brillaban sobre las chaquetas, los vestidos negros y el uniforme escarlata y se reflejaron en los ojos claros y húmedos.
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Babette había puesto una fila de velas en el centro de la mesa; las pequeñas llamas brillaban sobre las chaquetas, los vestidos negros y el uniforme escarlata y se reflejaron en los ojos claros y húmedos.
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De jóvenes, Martine y Philippa habían sido extraordinariamente bonitas, con esa belleza casi sobrenatural de los frutales en flor o de las nieves perpetuas.
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En esos momentos se daban cuenta de que Babette era profunda; y en los sondeos que hacían de su ser notaban pasiones, y que había recuerdos y anhelos de los que no sabían nada en absoluto.
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—¿Pobre? —dijo Babette. Sonrió como para sí—. No, nunca seré pobre. Ya os he dicho que soy una gran artista. Una gran artista, Mesdames, jamás es pobre. Tenemos algo, Mesdames, sobre lo que los demás no saben nada.
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Prometieron, por las pequeñas hermanas, guardar silencio, en el gran día, sobre todo lo que se refiriese a la comida y la bebida. Nada de cuanto les pusiesen delante, ya fuesen ranas o caracoles, arrancaría una palabra de sus labios.
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Hace sesenta y cinco años, vivían dos damas en una de las casas amarillas. En aquel entonces las señoras llevaban polisón, y estas dos hermanas podían haberlo llevado con tanta gracia como cualquier otra, ya que eran altas y esbeltas. Pero jamás poseyeron ningún artículo de moda; toda la vida vistieron solemnemente de gris o de negro.
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Es, se daban cuenta, en el momento en que el hombre no solo olvida por completo, sino que renuncia firmemente a toda idea de alimento y comida, cuando come y bebe con el adecuado estado de ánimo.
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Gregorio Samsa es un ...