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ISBN : 8418227176
116 páginas
Editorial: Ediciones Del Viento, S.L. (21/06/2021)

Calificación promedio : 2.75/5 (sobre 2 calificaciones)
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Críticas, Reseñas y Opiniones (1) Añadir una crítica
Spariente
 20 April 2023
Los lectores interesados en la literatura colonial, ya sea desde la perspectiva del colonizado o del colonizador, tienen cita disponible con El blocao: novela de la guerra marroquí, un clásico de la narrativa breve española del siglo XX que Ediciones del Viento reeditó en 2021. Una reedición magnífica, por cierto, que incluye un enriquecedor apéndice con fotografías de época que nos acercan los rostros y las formas de quienes tomaron parte en una de las últimas tragedias imperiales del país de las tragedias imperiales.

José Díaz Fernández, periodista masón y republicano, fue llamado a filas y destinado a las fortificaciones de Tetuán y Beni Arós entre 1921 y 1922, tras el Desastre de Annual, y esa experiencia nutrirá después los siete relatos que conforman El blocao. Publicada por primera vez en 1928 por la editorial Historia Nueva en su colección “La novela social” (aunque no es, probablemente, ni una cosa ni la otra), cosechó un rotundo éxito de ventas, con la primera tirada de dos mil ejemplares agotada en apenas quince días.

“Yo quise hacer una novela sin otra unidad que la atmósfera que sostiene a los episodios”, llegará a escribir el autor, y será esa voluntad atmosférica, en efecto, la que conecte los relatos presentados, sin que se logre por ello un carácter novelístico sólido y definido. Poco importa, en realidad. La prosa de Díaz Fernández alcanza por momentos un gran vuelo, de amplio vocabulario y notable sentido del ritmo y la sintaxis:

“Por aquellos tajos de tierra amarilla, asido a las crines ásperas de la gaba, con el sol en la nuca como un hacha de fuego, salí con mis hombres, día tras día, voluntario de aguadas y convoyes. Por fatigarme y ahogar la voz persistente, opaca, del remordimiento. Mi espíritu era ya un espíritu adaptado y cotidiano, incapaz de apresar el mundo con un ademán de rebeldía. Como los discípulos de San Ignacio, que dejan hecha trizas la voluntad en el cepo de los Ejercicios, mi voluntad civil había quedado desgarrada y rota entre los alicates de la disciplina”.

El autor nos transporta sin esfuerzo a un mundo tomado por emociones primarias, por la fatiga, el tedio, la sed, la violencia gratuita y, por encima de todo, la frustración sexual, omnipresente en la narración y motor de varios de sus relatos. Será esa paleta de penurias cuarteleras y miseria física y moral de “un mundo opaco y trágico, sin héroes”, como lo describe Díaz Fernández, lo que haga de El blocao, casi por inercia, un óleo antibelicista de pinceladas sueltas y certeras donde los males de antaño parecen retratar fielmente los de hoy.

Y, sin embargo, este conjunto de episodios tenuemente hilvanados entre sí nos sabe a poco y nos abandona sin dejar huella. Echamos en falta el contexto, la discusión, la introspección, el cuestionamiento, por mínimo que sea, de las causas que han llevado a esos hombres a matar y morir en otras tierras. Estamos ante circunstancias históricas concretas y terribles, diez mil soldados españoles han perecido poco antes en Annual y miles de rifeños, una sociedad al completo, ven sus aldeas y zocos arrasados una y otra vez por soldados como los que Díaz Fernández humaniza con su pluma. Pero nada de ello cabe en su relato.

Lo que sí cabe es un cúmulo casi inagotable de clichés orientalistas y caricaturas de mujer. Los habitante del Rif, para el autor, no son sino meras sombras y amenazas, huidizos tiradores, si son varones, y exótico objeto de deseo, misterioso, inaccesible, si son mujeres, o incluso niñas. Todos ellos pérfidos y sibilinos, huelga decir, con la traición siempre a punto como el cuchillo que busca la espalda:

“Los ojos de África [una rifeña] tenían el luto de los fusiles cabileños y las sombras de las higueras montañesas. Ojos de esos que se encuentran en un zoco o en una calle de Tetuán y que quisiera uno llevarse consigo para siempre con el mismo escalofrío y el mismo rencor, porque enseñan que hay algo irreparable que hace imperfecta la obra de Dios”.

Las mujeres españolas solo tienen peso (es un decir) en un par de relatos, con la implacable y dogmática anarquista Angustias de “Magdalena roja” y la provocativa Carmela de “Convoy de amor”. En ambos casos, nos encontramos con bosquejos arquetípicos, sombras de mujeres sin entidad ni profundidad alguna, garabatos trazados por un hombre que las idealiza y seguramente las teme, y por un hombre poseído por el rijo que lo mira todo con la carne insatisfecha.

En conclusión, lectura interesante en su vertiente crítica de la guerra, en su retrato de atmósferas y como ejemplo de literatura colonial. Y decepcionante, al mismo tiempo, ahogada en orientalismo, misoginia y arquetipos, y falta de aliento y de grandeza para tramar una verdadera historia, compleja y profunda, sobre el ocaso de los dioses imperiales en España.

No me resisto a terminar esta reseña con las palabras de otro autor que también estuvo allí, el gran Arturo Barea, que decidió escribir sobre Marruecos de otro modo. Sirvan estos párrafos extraídos de la ruta (La forja de un rebelde) para entender, por contraste, las carencias, la tibieza y la liviandad que disuelven rápidamente en el recuerdo El blocao de Díaz Fernández:

“El soldado acepta Marruecos como se aceptan las cosas inevitables, con el fatalismo frente a lo irremediable. ¿Por qué tienen que luchar contra los moros? ¿Por qué tienen que civilizarlos si no quieren serlo?
¿Quiénes son los civilizadores? Campesinos que no saben leer ni escribir, gentes que viven en pueblos sin escuelas, en casas de adobe, que duermen con la ropa puesta en la cuadra al lado de las mulas.
Este ejército civilizador está formado por hombres que, con un mendrugo de pan y una cebolla, trabajan campos ajenos de sol a sol, reventando de hambre y de miseria. El amo les roba, y si se quejan la Guarda Civil los muele a palos”.
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