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Efrén del Valle (Traductor)
ISBN : 8491993711
424 páginas
Editorial: Editorial Crítica (26/01/2022)

Calificación promedio : 4.5/5 (sobre 1 calificaciones)
Resumen:
«Me pasé un año en Berlín explorando las vidas de mi abuelo y mi padre: Kurt Wolff, apodado “quizás el editor más exigente del siglo xx” por The New York Times Book Review, y su hijo Niko, que luchó en la Wehrmacht durante la Segunda Guerra Mundial antes de venir a América.

Basándome en cartas familiares, fotografías y diarios nunca antes publicados, Páginas de vuelta a casa, narra los viajes de estos dos hombres nacidos en Alemania que se convirtier... >Voir plus
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Críticas, Reseñas y Opiniones (1) Añadir una crítica
Queridobartleby
 28 March 2022
Alexander Wolff indaga en el pasado de su abuelo, reputado editor de libros en Alemania y en el exilio en Estados Unidos; en el pasado controvertido de su padre, que luchó en la Wehrmacht alemana, en la Segunda Guerra Mundial.

Kurt Wolff, abuelo del autor tenía una editorial y dominaba el panorama literario anterior y posterior a la Primera Guerra Mundial. Era hijo de una mujer de ascendencia judía. Con la ascensión del nazismo, se vio obligado a cerrar la editorial en 1930. Tres años después, tuvo que salir de Alemania y en 1941, emigrar a Nueva York. Allí, fundó Pantheon Books.

Por su parte, el padre del autor, Nikolaus Wolff, quedó en Alemania sirviendo en la Wehrmacht o fuerzas armadas del Tercer Reich. Acabó en un campo de prisioneros estadounidense y pudo emigrar a Estados Unidos en 1948.

Alexander Wolff, autor del libro, finalizó su relación con Sports Illustrated después de treinta y seis años de trabajo, en 2016. Poco después, en 2017, siente la necesidad de ahondar sobre el pasado familiar, viajando a la misma Alemania, donde residirá un año junto a su familia:

«Una década después de la muerte de mi padre, cuando acababa de cumplir sesenta años, me descubrí retrocediendo en el tiempo. Quería hacerme una idea más completa de los capítulos europeos de la vida de mis antepasados y del sangriento periodo en el que se desarrollaron. Me empujó a ello, sobre todo, una fastidiosa sensación de negligencia; la idea de que, por alguna razón, había errado al no investigar el pasado de mi familia.»

Alexander, cuando emprende el viaje, apenas conoce más que unos datos básicos en torno al pasado familiar, debido al temprano fallecimiento de su abuelo y al silencio de su padre, preservando su pasado en Alemania.

Nos pone en antecedentes el autor, sobre la educación de su abuelo, Kurt. Se crio en Bonn en un ambiente eminentemente musical, con un padre, Leonhard, multifacético: impartía clases de música en la universidad, era organista, director de orquesta, intérprete de instrumentos de cuerda y maestro de coro. También era compositor y amigo de Brahms. En 1886 se casó con María Marx, bautizada como sus padres al cristianismo pero con raíces judías. de formación como profesora, dirigía un hogar culturalmente alemán. Amaba la poesía y lo compartiría con Kurtz. En 1887 nació Kurt. María, falleció con cuarenta y seis años, pero había dejado huella en Kurtz, que apenas contaba diecisiete:

«Los Wolff pertenecían a una clase de alemanes conocidos como Bildungsbürgertum, la alta burguesía dedicada al Bildung, un modo de vida en el que sus devotos se someten a un aprendizaje permanente y a cuidar y preservar su patrimonio cultural sobre tres ejes principales: el arte, la música y los libros.»

Con el dinero heredado de su madre, Kurtz compra primeras ediciones e incunables del siglo XV. Estudió literatura alemana en varias universidades, principalmente en Leipzig, epicentro editorial. Aparca el doctorado y comienza a ocupar un cargo editorial en Insel Verlag:

«Me encantaban los libros, sobre todo los libros bonitos, y cuando era adolescente y estudiante los coleccionaba, aunque era consciente de que era una actividad poco productiva», recordaba Kurt. «Aun así, sabía que tenía que encontrar una profesión relacionada con los libros. ¿Qué quedaba? Ser editor.»

(Kurt Wolff, 1962, conversación con Herbert G. Göpfert, citada en Thomas Rietzschel, «Der Literat als Verleger», en Kurt Wolff zum Hundertsten, Michael Kellner, Hamburgo, 1987.)

Edita la correspondencia y diarios de Adele Schopenhauer, hermana del filósofo y de Ottilie von Goethe, nuera del escritor. Luego editó a un antepasado, Johann Heinrich Merck, de la que pasaría a ser su mujer en 1909, Elisabeth Merck. Su padre era dueño de una conocidísima empresa farmacéutica.

En 1910 se asocia con Ernst Rowohlt, famoso editor. Estando en la oficina, nos cuenta Alex como su abuelo coincide con Max Brod y Franz Kafka. Kurt deja constancia de su visita:

«Respiré aliviado cuando terminó la visita y me despedí de aquel hombre, con sus ojos hermosos y una expresión de lo más conmovedora, una persona que parecía existir fuera de la categoría de la edad. Kafka aún no había cumplido los treinta, pero su aspecto, pese a parecer cada vez más enfermo, siempre me causaba una sensación de atemporalidad: se lo podría describir como un joven que jamás había dado un paso hacia la madurez.»

En 1913 compró la editorial de Rowohlt y poco después la rebautizaría como Kurt Wolff Verlag, llevándose a Kafka y Brod con él. En carta dirigida el crítico, editor y escritor, Karl Krauss (el cual en 1914 sería autor de su editorial), le proclamaría su sentido como editor:

«Considero que un editor es, ¿ cómo lo diría…?, una especie de sismógrafo cuya tarea consiste en llevar un registro preciso de los terremotos. Intento tomar nota de lo que traen los tiempos en cuanto a expresión y, si me parece valioso en algún sentido, se lo presento al público».

Rabindranath Tagore consiguió el Nóbel en 1913 y la edición de Kurt, vendió más de un millón de ejemplares de una colección de obras del autor, en tapa dura.

La visita de Kurt a Karl Krauss, marcó a ambos. En 1913 publica a Franz Werfel; al poeta Walter Hasenclever; los escritos del pintor austríaco Oskar Kokoschka; la revista literaria expresionista der jüngste Tag (El Día del Juicio), en la que publicó en 1916, «La metamorfosis», de nuestro querido Kafka.

Robert Musil, escritor austríaco en la nómina de Kurt, hace una somera descripción del editor: «Alto. Delgado. Enfundado en gris inglés. Elegante. Cabello claro. Bien afeitado. Cara aniñada. Ojos grises azulados que pueden mirarte con dureza…»

De cómo la actividad de Kurt no estaba basada en el sentido estricto comercial deja constancia el también editor, crítico y guionista, Willy Haas:

««A menudo, la empresa funcionaba más como un mecenas del arte que rigiéndose por cálculos comerciales», recordaba Willy Haas, que, junto a Werfel y Hasenclever, se convirtió en lector de Kurt Wolff Verlag en 1914.»

Ahondando en la labor editorial, el mismo Kurt, en unas notas encontradas entre sus documentos, dejaba clara la honestidad que desea imprimir en la edición, teniendo en cuenta principalmente, a los autores que va a publicar:

«Yo solo quiero publicar libros de los que no me avergüence en mi lecho de muerte. Libros de autores muertos en los que creamos. Libros de autores vivos a los que no necesitemos mentir. Toda mi vida ha habido dos elementos que me parecen la carga más nociva e inevitable del trabajo de editor: mentir a los autores y fingir conocimientos que uno no posee […]. Podemos equivocarnos, eso es inevitable, pero la premisa para todos y cada uno de los libros siempre debería ser una convicción incondicional, la absoluta creencia en la palabra auténtica y el valor de lo que defiendes».

Kurt es reclutado y enviado al frente en la Primera Guerra Mundial. Sus reflexiones se vuelven pesimistas a medida que avanza el conflicto:

«¿Qué traerá la primavera? ¿El fin de la Batalla de las Naciones, la gran Paz de las Naciones? Es extraño que esta era de grandes sucesos también se haya convertido en una era de interrogantes eternos […]. ¿Por qué, cuándo, cuánto tiempo más, para qué?»

En 1916, puede regresar a la actividad, gracias a una personalidad, amante de los libros, Ernst Ludwig. Kafka, por su parte, le da la bienvenida:

«Le envío mis más afectuosos saludos ahora que vuelve a estar cerca de nosotros», escribió Kafka a Kurt en octubre de 1916. «Aunque, en los tiempos que corren, hay poca diferencia entre estar cerca y estar lejos.»

El gran autor, Joseph Roth, en su nómina editorial, al final de la guerra, se refiere a ella como la «gran nada aniquiladora» (Citado en Geert Mak, In Europe: Travels through the Twentieth Century)

Tras la paz de 1918, publica el controvertido libro de Heinrich Mann, «Der Undertan» (El Subordinado). Kurt consigue grandes ventas, pero su autor recibe amenazas de muerte.

Publica el año siguiente el relato corto, «En la colonia penitenciaria» de Franz Kafka. Pudo publicarlo antes, pero nos cuenta Alex que lo retuvo por la temática «dolorosa» y por evitar a los censores. Se lo explicó en su momento a Kafka, recibiendo su respuesta:

«Sus críticas al elemento doloroso coinciden plenamente con mi opinión, pero pienso lo mismo de casi todo lo que he escrito hasta la fecha», respondió Kafka. «¿Se ha percatado de las pocas cosas que están exentas de ese «elemento doloroso» en una forma u otra?»

Es preciso destacar el período democrático de Weimar, pero aparentemente este avance en los derechos, estuvo caracterizado por una gran inestabilidad política y social. Ello supuso dificultades en el negocio editorial. Nace el primer bebe, tía del autor, María. Kurt traslada la editorial de Leipzig a Múnich.

Kurt Wolff comenzó a centrarse en las artes, pintores como Paul Klee y Kandisnki. Atraviesa dificultades teniendo que despedir a empleados. Tratando de depender menos del frágil negocio en Alemania, funda en Florencia, Pantheon Casa Editrice, primera editorial paneuropea especializada en libros de arte. Nace el padre del autor: «Mi padre nació en julio de 1921, con Alemania envuelta en un caos cada vez mayor.»

Recuerda Alex, como la crisis de 1929 afectó al negocio editorial de Kurt, cesando prácticamente. A este hecho se unen las dificultades matrimoniales, agravadas con un parto de Elisabeth, en el que el niño nace muerto. El autor reconoce desconocer estos hechos por el mutismo de su padre. En declaraciones de sus abuelos se observa una relación condenada al fracaso:

«Años después, Kurt describiría una sensación de encarcelamiento al principio de su matrimonio, ejemplificada en una noche que volvía de la oficina y encontró a Elisabeth esperándolo en la puerta de casa. Por su parte, mi abuela le dijo a su hija María mucho después: «Yo era demasiado joven. No entendía lo que ocurría».»

Otra circunstancia que descubre Alexander, es la inclinación por las mujeres, de su abuelo:

«En una ocasión, María me contó que, en sus últimos años de vida, Kurt le confesó que habría sido mejor editor de no ser por las mujeres, ya que consumían mucho tiempo. «Nunca era por el sexo», dijo María. «Era la seducción. Y odiaba estar solo.»

Descubre a su vez que su abuelo tuvo un hijo extramarital, Enoch, en 1926, con Annemarie von Puttkamer, traductora de la editorial. Según cuenta Alex, Annemarie entró en pánico al saberse embarazada y por medio de su hermano, conoció al músico, Fritz Crome, que estaba teniendo problemas por rumores de homosexualidad. Ambos se casaron y al niño le dieron el apellido del padre. Posteriormente se separarían. Cuando el nazismo, envió a Enoch a Copenhague con Fritz. Éste le reveló que su padre era Kurt Wolff, aún así lo ayudó y poco a poco se abrió camino.

«Los diarios de Kurt dejaban claro que de vez en cuando veía a su hijo, a quien le habían puesto el sobrenombre de Pflaume (Ciruela). Sin embargo, cuando mi abuelo huyó de Alemania en 1933, Annemarie von Puttkamer Crome crió a Enoch más o menos sola a la vez que se ganaba la vida como podía en Múnich como novelista, biógrafa y traductora.»

Alexander Wolff descubre que su abuelo se carteó con su hijo Enoch y lo ayudó económicamente tras la muerte de Fritz Crome:

«Comparto con Annemarie varias cartas que se enviaron Kurt y Enoch. Su correspondencia se intensifica en los años cincuenta, después de que Fritz Crome falleciera y Enoch empezara a hacer frente a sus responsabilidades como adulto. Enoch habla de las novelas que está leyendo y ofrece posar para un retrato profesional y enviar la foto a Nueva York. Por su parte, Kurt aporta un estipendio periódico mientras Enoch termina sus estudios. le aconseja sobre sus problemas con Karen, que ya han salido a la luz, y lo anima a buscar un círculo de amigos varones de confianza. le envía libros del catálogo de Pantheon y, en un momento dado, le pregunta incluso si estaría interesado en traducir Regalo del mar al danés.»

En 1929 se separan los abuelos del autor. Elisabeth por su parte, inicia relaciones con el Dr. Albrecht, ginecólogo que la atendió en el parto.

Una persona que Kurt contrató en 1925 para su empresa, comenzaría a tener gran sentido en su vida a raíz de la separación, Helen Mosel, pero también tendría gran repercusión posteriormente, en el negocio editorial estadounidense. Nos la describe Alexander:

«Helen Mosel, mi abuelastra, nació en 1906 en Vranjska Banja, una ciudad balneario del sur de Serbia. Su madre, Josephine Fischhof, era una periodista originaria de Viena; su padre, Ludwig (Louis) Mosel, un ingeniero de Renania, había sido enviado al Imperio otomano a trabajar en la electrificación de Turquía. Temerosos de que Helen y sus tres hermanos pequeños estuvieran expuestos al cólera en las escuelas públicas, sus padres contrataron a tutores privados. Cuando tenía cuatro años, Helen ya sabía leer.»

Helen, sabía de las inclinaciones hacia las mujeres de Kurt, pero por sus confidencias, la relación parece estar basada en la confianza entre ambos:

«No hace falta ser propiedad de tu amado; tienes que amar a esa persona como es debido para conoceros, para estar conectados indestructiblemente por el poder de la emoción. Entonces no hay distancia, ni celos ni envidias.»

En 1931, Kurt y Helen viajaran por Europa, sorteando volver a Alemania, a la que consideraban deprimente: «Lo detectas a los cinco minutos […], un ambiente apocalíptico que se ha convertido en una psicosis de masas.» (Carta de Kurt Wolff a Walter Hasenclever, 26 de noviembre de 1931).

Kurt no solo peligraba por sus antecedentes judíos, también se unía la nómina de autores de la editorial, menospreciados por el Régimen nazi. Helen escribe a su hermano, reflejando su inquietud por los acontecimientos en Alemania, según nos indica el autor:

«Helen volvió a escribir a su hermano asegurándole que el nacionalsocialismo prometía una «caída en la barbarie», en la cual no creía que hubiera «espacio vital para una persona medio decente». Asimismo, hacía un diagnóstico: «El problema original del pueblo alemán es que la realidad no es suficiente para ellos. No se adaptan a lo que hay. La vida les aburre, así que la tiran por la borda […]. Aquellos para los que la normalidad no basta siempre acaban sembrando el caos y la destrucción».»

En 1933, Kurt y Helen viven en Alemania los acontecimientos de la quema del Reichstag, relata Alex: «El Reichstag ardió la noche siguiente, y Helen y Kurt escucharon al parlamentario nazi Herman Göring vociferando en la radio. «¡Están locos!», exclamó Kurt. «¡Haz las maletas!»»

Salen dos días después hacia París y Londres. Se casan el 27 de marzo. En mayo tiene lugar la quema pública de libros, perteneciendo muchos de ellos, al catálogo de Kurt Wolff Verlag.

Rememora Alexander las palabras de Hannah Arendt, amiga de sus abuelos, sobre el totalitarismo y la distorsión de la realidad en el ciudadano:

«El súbdito ideal de un gobierno totalitario», escribió Hannah Arendt, amiga de Kurt y Helen, «no es el nazi o el comunista convencido, sino la gente para la que la distinción entre hechos y ficción (esto es, la realidad de la experiencia) y la distinción entre verdadero y falso (esto es, los criterios del pensamiento) ya no existen.»

María y Niko, verían durante cuatro veranos a sus padres, en el sur de Francia.

Kurt y Helen, vivirían en Florencia y Lastra e Signa. Pero a partir de 1938, Italia se volvió peligrosa con Mussolini, para los judíos. Huirían a Francia con tan sólo dos maletas. Las condiciones eran difíciles, Kurt se encontraba sin pasaporte y Helen estaba embarazada y había perdido a su madre recientemente. Según nos cuenta Alex, la marcha se produjo en un ambiente triste tal como refleja el diario de su abuelo:

«Periódico deprimente […]. Lluvia, triste, muchas cartas; tarde: equipaje y cementerio […]. Partida hacia Niza». «No podemos ni queremos volver a Italia», escribió más tarde a una amiga alemana que se encontraba a salvo en Estados Unidos. «Además, ahora mismo no tengo pasaporte (solicité la renovación hace seis meses, pero de momento no he obtenido respuesta), y vivir en Italia sin pasaporte es imposible, ya que te devuelven a tu país de origen.»

En Niza, nacería Christian. En la primavera de 1939, Kurt, Helen y Christian se hallaban en París. Con la invasión de Polonia, la situación cambió y el gobierno francés los consideró enemigos extranjeros. Kurt llegó a estar apresado tres semanas. Ambos participarían en acciones propagandistas contra los nazis. al niño lo llevarían a un convento en La Rochelle, para que estuviera a salvo. A Helen también la retuvieron.

Nos sigue relatando Alex, la odisea de sus abuelos:

«El 15 de mayo, en vista del avance alemán en Sedán, las autoridades francesas volvieron a internar a Kurt, y no tardaron en arrestar también a Helen. Inicialmente, Kurt estuvo en el Stade de Buffalo, en París, y luego en los campos de Chambaran y le Cheylard, en el sudeste; ella fue retenida en el Vélodrome d'Hiver de la capital antes de ser trasladada al campo de internamiento de Gurs, en el sudoeste. Pero esas segundas detenciones acabarían siendo un golpe de suerte, ya que hicieron que ninguno de los dos estuviera en París cuando la Wehrmacht tomó la ciudad el 14 de junio.»

Francia firma un armisticio con Alemania y Helen puede marcharse. Pero el gobierno colaboracionista de Vichy podía entregar a cualquier persona reclamada por los nazis. Helen se refugiaría en un castillo a las afueras de Toulouse, propiedad de la condesa antinazi, Bertha Colloredo-Mansfeld.

Debido a la extensión del texto, os remito a completar la lectura (se adjuntan documentos gráficos), en la Página:
Enlace: https://queridobartleby.es/a..
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QueridobartlebyQueridobartleby26 March 2022
Yo solo quiero publicar libros de los que no me avergüence en mi lecho de muerte. Libros de autores muertos en los que creamos. Libros de autores vivos a los que no necesitemos mentir. Toda mi vida ha habido dos elementos que me parecen la carga más nociva e inevitable del trabajo de editor: mentir a los autores y fingir conocimientos que uno no posee […]. Podemos equivocarnos, eso es inevitable, pero la premisa para todos y cada uno de los libros siempre debería ser una convicción incondicional, la absoluta creencia en la palabra auténtica y el valor de lo que defiendes.
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QueridobartlebyQueridobartleby25 March 2022
En Francia me crucé con muchas víctimas de los campos de concentración alemanes, gente con los huesos hechos añicos, hombres que habían sido castrados, convertidos en despojos físicos y psicológicos […]. Y mientras los queridos soldados alemanes te mandaban medias de seda y bombones desde París, los civiles franceses se habían echado a las carreteras secundarias para huir de los ataques de los bombarderos alemanes, y yo, tu padre, andrajoso y hostigado, con el corazón lleno de miedo, escapaba a pie, caminando todo el día para no caer en manos de esos queridos soldados alemanes […].
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QueridobartlebyQueridobartleby28 March 2022
Los Wolff partieron de Niza el 9 de febrero a primera hora e hicieron escala en Marsella, donde Fry los despidió en la estación y emprendieron su viaje a Toulouse. Al día siguiente llegaron a la frontera en Canfranc. En cuanto el tren entró en España, vieron edificios sin tejados y campos chamuscados, las consecuencias de la Guerra Civil. Primero una tormenta de finales de invierno y luego una demora de varios días antes de encontrar plaza entre Madrid y Lisboa convirtieron su viaje en tren en un calvario de una semana.
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QueridobartlebyQueridobartleby28 March 2022
Qué horribles y agonizantes son las estaciones de tren» Y el tren arranca y aparta tu mano de la mía, y tu rostro, triste y pálido, flota por encima de mí, y veo en él un cansancio que está envuelto en nuestra fatiga general, y creo que ha llegado el momento de que huyas de este horror, antes de que lo entiendas del todo, antes de que lo entiendas por completo.

Y finalmente, puedo darme la vuelta y llorar mientras el tren abandona la estación detrás de mí: lejos, lejos. Pasado, se acabó…

Y ahora me doy cuenta de lo que quería decirte desesperadamente en esos últimos segundos junto al tren, cuando el nudo en la garganta no me lo permitía: «Sácanos, llévanos lejos de aquí, pronto… ¡Solo allí, en otro país, podremos encontrar un lenguaje común una vez más!
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QueridobartlebyQueridobartleby28 March 2022
Oh, Maria, describes el infierno de 1944 y 1945. ¿Dónde estaba tu conciencia entre 1939 y 1943? Varsovia, Rotterdam, Coventry, Lídice, el exterminio de miles de polacos, checos, judíos, rusos… Nada de eso te quitó el sueño […]. El bumerán tardó más de tres años en volver, en convertir a Alemania en una de sus víctimas. En un sentido metafísico, los alemanes provocaron su propio sufrimiento […].

En este montón de cenizas, la gente habla ahora de culpabilidad. Y tú te enfrentas a los muertos, que cuentan viejas historias al salir de la tumba. Mi niña, nadie puede absolverse por medio del sufrimiento, a menos que el sufrimiento se elija libremente.
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