La maldición de Kylemore

No hay viento favorable para aquel que no sabe adónde va, dijo Séneca. Y se juró dominar los vientos para que soplaran a su favor.

Ella había vivido allí de otra manera a como lo mostraban ahora las páginas web [...] Todo eran postales de un castillo blanco en un campo verde bajo un cielo azul celeste. En cambio, su Kylemore era gris, inquietante y detenido en el tiempo.

Cuando las cosas tienen que ser, fluyen sin dificultad.

Es la diferencia entre vida y existencia. O realidad y literatura. La vida está dentro de uno mismo, es inherente al ser humano. La existencia es lo que uno hace con la vida. El escritor llena de vida esas existencias.

Enterramos el pasado dentro de nosotros mismos y basta una llave que aparece cuando menos te lo esperas para abrir los recuerdos.

Hay lugares que recuerdan un tiempo que nunca has vivido.

Hay lugares que marcan, que hacen crecer, que cambian. Hay lugares que tienen su propia energía, su propia historia e invaden al visitante como si ya hubiese estado ahí antes.

El castillo de Kylemore se construyó en base a un gran amor, el de Mitchell y Margaret. Al morir su mujer en extrañas circunstancias, el amor no pudo realizarse completamente y su desgracia pasó y pasará a los demás habitantes de esta tierra.

La escritura no es una profesión —le había dicho una vez—. Es una necesidad. Y eso lo descubrí allí, en Irlanda. Solo es literatura el texto, la frase o la línea que salga de tu existencia. El resto es mero lenguaje.

Es el mal de la sociedad - pensó Patricia-, saber qué hacer con el tiempo libre cuando nos acostumbran a vivir frenéticamente.