La cadena de espinas

No puedes hacerte daño a ti misma, Daisy. No debes. Ódiame a mí, golpéame, hazme lo que quieras. Destroza mis trajes y quema mis libros. Rómpeme el corazón en pedazos y espárcelos por toda Inglaterra. Pero no te hagas daño a ti misma... –La trajo hacia sí, de repente, y la besó en el pelo y la mejilla. Ella lo cogió de los brazos, metiendo los dedos en sus mangas, sujetándolo contra sí–. Juro por el Ángel –continuó él, a media voz– que si mueres, me moriré y te perseguiré. No te dejaré en paz...

No creo que pudiera soporta perderte, Lucie Herondale. Creo que te seguiría incluso aunque me pidieras que me fuera. Estoy vivo por ti, pero no porque me ordenaras vivir. Estoy vivo porque te tengo en mi vida.

Todos somos criaturas defectuosas. Igual que los diamantes son imperfectos y cada imperfección los hace únicos.

Esa casa es nuestro hogar. Nuestro hogar. Para mí no significa nada si tú no estás en ella.

Es la gente a la que más queremos la que más daño nos puede llegar a hacer.