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Primera novela de Agatha Christie escrita hace ya 101 años, que se dice pronto, madre mía. Y primera aparición del conocido Hercules Poirot, uno de los detectives más famosos del panorama literario. En esta primera incursión de la reina del misterio, una acaudalada anciana muere durante la noche encerrada en su habitación, en el suntuoso enclave de Styles, y rodeada de su joven y reciente marido y de sus familiares y amigos. A partir de esta muerte, sobre la cual planea la sospecha del asesinato y envenenamiento, se crea una trama detectivesca y adictiva con el esquema que durante toda su obra acuñará Christie: presentación de personajes, muerte, recogida de pistas y resolución final. En este caso la resolución final parte del “genial” detective belga Hercules Poirot. Y lo pongo entre comillas, porque estamos ante un personaje inteligente y brillante, pero a la vez soberbio y repelente. Es un personaje que se ama y se odia a partes iguales y que me saca de quicio las más de las veces, pero a la vez, la razón de ser de la novela. Un final de vértigo, con varios giros y su acostumbrado plot twist final. Como siempre achacarle a Christie, sus resoluciones a veces inverosímiles, con datos que sólo Poirot ve y no salen a la luz hasta el final, por mucho que consigamos adivinar el asesino, nunca tendremos el rompecabezas completo, y esto no me termina de convencer. Quizá este sea el encanto de su obra, el juego constante de intentar averiguar el asesino y sorprendernos siempre al final. Y no, en este caso no ha sido ni el mayordomo ni el gato. Novelas y autora ideal y recomendable para pasarse una tarde pegada a un libro totalmente enganchada, e incluso para salir de un bloqueo lector, pero que salvo un par de obras destacadas (Diez Negritos es una auténtica maravilla), no consigue que la ponga en el pedestal de las grandes autoras literarias. |
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