Se preguntó si Arthur se sentía incómodo alguna vez paseando solo. Sospechaba que no. Los hombres se paseaban por el mundo como si les perteneciera.
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Se preguntó si Arthur se sentía incómodo alguna vez paseando solo. Sospechaba que no. Los hombres se paseaban por el mundo como si les perteneciera.
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Tom se le había adelantado sin hacer ruido, aunque nunca presumía ni se disculpaba por ello. Ni falta que hacía: él era un hombre y se esperaba que tuviera éxito.
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(…) como era habitual en este tipo de situaciones, las casadas hablaban más que las solteras, asumiendo una autoridad natural y un lugar superior en la jerarquía de mujeres que nadie cuestionaba. (…)
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(…) «La incertidumbre de una solterona –pensó–. Siempre está ahí, subrayando todo lo que hacemos».
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(…) no era sencillo encontrar marido, porque había dos millones menos de hombres que de mujeres. Violet había leído muchos artículos en los periódicos sobre estas «mujeres sobrantes» –esa era la etiqueta que les habían puesto–, que se quedaban solteras debido a la guerra y que difícilmente se casarían, algo que se consideraba una tragedia, una amenaza, en una sociedad preparada para el matrimonio. Los periodistas parecían disfrutar de la etiqueta, que colgaban como quien clava un broche con un alfiler en la piel. Molestaba, sin duda; pero, en ocasiones, el alfiler penetraba en las capas protectoras y hacía que sangrara. Ella había supuesto que a medida que envejeciera dolería menos y se sorprendía al descubrir que incluso con treinta y ocho años –de mediana edad– las etiquetas seguían doliendo. Sin embargo, la habían llamado cosas peores: marimacho, arpía, odia-hombres.
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—Sí, sí —respondió el señor Waterman con impaciencia—. Usted siempre piensa en el dinero ¿no, señorita Speedwell? Al oírlo, Violet estuvo a punto de perder los estribos, pero no quería desaprovechar una oportunidad que ese le presentaba a una bordadora que necesitase ganar dinero. Y ella sabía quién lo necesitaba. —No es fácil vivir como una mujer independiente —le contestó con toda la dulzura que fue capaz—. Me temo que el dinero es lo más importante cuando se tiene muy poco. |
Era lo más cerca que Violet estaría nunca de presumir de un hijo propio, y la situación la hizo sentirse bien, aunque también le pareció patética.
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Todos necesitamos hacer cosas que nos permitan distanciarnos de nosotros mismos
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—No es fácil ser mujer y estar sola —le explico Violet—. Nadie lo espera, aunque somos muchas. Somos las «mujeres sobrantes». No debería resultar sorprendente ver a una mujer pasear por el campo o tomarse un té en un pub.
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Tal vez sea difícil de entender si no se tienen hijos. La necesidad biológica del padre es proteger al hijo y, cuando eso es imposible, se percibe como un fracaso, sean cuáles sean las circunstancias. Es complicado tener que vivir con ello el resto de tu vida.
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¿Quién escribió «Agnes Grey»?