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Las mujeres de Winchester de Tracy Chevalier
(…) no era sencillo encontrar marido, porque había dos millones menos de hombres que de mujeres. Violet había leído muchos artículos en los periódicos sobre estas «mujeres sobrantes» –esa era la etiqueta que les habían puesto–, que se quedaban solteras debido a la guerra y que difícilmente se casarían, algo que se consideraba una tragedia, una amenaza, en una sociedad preparada para el matrimonio. Los periodistas parecían disfrutar de la etiqueta, que colgaban como quien clava un broche con un alfiler en la piel. Molestaba, sin duda; pero, en ocasiones, el alfiler penetraba en las capas protectoras y hacía que sangrara. Ella había supuesto que a medida que envejeciera dolería menos y se sorprendía al descubrir que incluso con treinta y ocho años –de mediana edad– las etiquetas seguían doliendo. Sin embargo, la habían llamado cosas peores: marimacho, arpía, odia-hombres.
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