—...Y entonces, coléricos, nos desposeyeron, nos arrebataron lo que habíamos atesorado: la palabra, que es el arca de la memoria.
|
—...Y entonces, coléricos, nos desposeyeron, nos arrebataron lo que habíamos atesorado: la palabra, que es el arca de la memoria.
|
Abre sus caminos, para que no tropiece, para que no caiga. Que la piedra no se vuelva en su contra y la golpee... Apiádate de sus ojos. Que no miren a su alrededor como miran los ojos del ave de rapiña. Apiádate se sus manos. Que no las cierre como el tigre sobre su presa. Que las abra para dar lo que posee. Que las abra para recibir lo que necesita.
|
—¿Murió intestado? —Dejó una carta con sus últimas recomendaciones. —¿No hablaba de mí? —No. ¿Por qué? —Porque soy su hijo. —No eres el único. Además, nunca te reconoció. César había pronunciado estas palabras sin ánimo de ofender. Para él era tan natural el comportamiento de su hermano que no se preocupaba siquiera por encontrarle un atenuante, una disculpa. Pero si se hubiera vuelto a ver tras de sí habría encontrado el rostro de Ernesto con una marca purpúrea como si acabaran de abofetearlo. Todo él, temblando de cólera, no podía contradecir la aseveración de César porque lo que había dicho era la verdad. No, no era cierto que perteneciera a la casa de los señores. Erneesto no era más que un bastardo del que su padre se avergonzaba. |
Soy una niña y tengo siete años. Los cinco dedos de la mano derecha y dos de la izquierda. Y cuando me yergo puedo mirar de frente las rodillas de mi padre. Más arriba no. Me igamido que sigue creciendo como un gran árbol y que en su rama más alta está agazapado un tigre diminuto. Mi madre es diferente. Sobre su pelo —tan negro, tan espeso, tan crespo— pasan los pájaro y les gusta y se quedan. Me lo imagino y nada más. Nunca lo he visto. Miro lo que está a mi nivel. Ciertos arbustos con las hojas carcomidas por los insectos; los pupitres manchados de tinta; mi hermano. Y a mi hermano lo miro de arriba abajo. Porque nació después de mí y, cuando nació, yo ya sabía muchas cosas que ahora le explico minuciosamente. Por ejemplo esta: Colón descubrió América. Mario se queda viéndome como si el mérito no me correspondiera y alza los hombres con gesto de indiferencia. La rabia me sofoca. Una vez cae sobre mí todo el peso de la injusticia. |
Como agua para chocolate