Cuando una puerta se cierra, se abre una ventana, pero hay que ser muy ágil para entrar o salir por la ventana.
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Cuando una puerta se cierra, se abre una ventana, pero hay que ser muy ágil para entrar o salir por la ventana.
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(...) con mayor o menor arte, intentábamos la transparencia. El triunfo de volver a casa habiendo sido invisibles y llegar limpias de agresiones. La transparencia, el camuflaje, la invisibilidad, el silencio visual eran nuestra pequeña felicidad de cada día. Los momentos de descanso.
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La infancia y las travestis son incompatibles. La imagen de una travesti con un niño en brazos es pecado para esa gentuza.
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Para morir se debe preparar la casa, recibir al niño que supimos ser. Saber pedirle perdón por tanta traición cometida, por tanta mentira, por tanta sistemática decepción, por el rumbo perdido, por tanta belleza pasada por alto.
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Pero los milagros existen. Están a la altura de la mano. Es solo que nos cuesta distinguirlos. Quizá nuestro triunfo haya sido ese, que seamos inocentes de ignorar nuestro milagro.
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El tumor de nuestro resentimiento. La amargura de nuestra orfandad. El lento homicidio cometido sobre las de nuestra especie, las zorras, las lobas, las pájaras, las brujas. Voy a repetirlo a pesar del pecado literario: y también las ganas de matar. Muy fuertes, provenientes de un lugar desconocido y sin nombre, la madre de nuestra violencia, allá en el fondo de nuestra memoria, todo ese registro olvidado en el proceso de desensibilización al que nos sometíamos día a día para no morir.
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Le rezo a la Virgen porque es mujer y nos entiende más a nosotras.
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Algo comenzó en esa penumbra. Hablo de mi penumbra ahora, hablo de mí misma. Hablo de la sensación de estar tragando puñados de tierra de la mano de Dios.
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“Aquella infancia de violencia, con un padre que con cualquier excusa tiraba lo que tuviera cerca, se sacaba el cinto y castigaba, se enfurecía y golpeaba toda la materia circundante: esposa, hijo, materia, perro. Aquel animal feroz, mi fantasma, mi pesadilla: era demasiado horrible todo para querer ser un hombre. Yo no podía ser un hombre en ese mundo”. |
Es posible que ahí se geste el llanto de las travestis: en el terror mutuo entre el padre y la travesti cachorra. La herida se abre al mundo y las travestis lloramos.
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Como agua para chocolate