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ISBN : 1277132879
316 páginas
Editorial: Nabu Press (30/11/-1)

Calificación promedio : 3/5 (sobre 1 calificaciones)
Resumen:
Reúne este volumen dos novelas cortas o Relaciones (como las llamaba la autora): La Estrella de Vandalia y ¡Pobre Dolores!
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Críticas, Reseñas y Opiniones (1) Añadir una crítica
Joserodher
 08 November 2023
Hay que hacer un ejercicio de paciencia durante gran parte de la lectura de esta relación, pues Fernán nos deleita con descripciones interminables y ñoñas. Lo compensa cuando nos presenta los diálogos naturales y fluidos en los que era maestra. Intercala, como es habitual en ella, digresiones sobre el convento desamortizado del que procede el Padre Buendía, ingenuo preceptor de dos niños poco dispuestos a sus enseñanzas. Llega a decir sobre una de sus inacabables digresiones (ésta sobre flores y lagartos): «Mas nos perdimos en un laberinto de flores. Pedimos perdón a los enemigos de nuestras digresiones y adversarios de los laberintos, como si en cada uno hubiese un Minotauro».
También están los diálogos llenos de acertijos, refranes y dichos populares que, a veces, llegan a cansar.
Molestan algunas alusiones antisemitas: «No abrigues enemistad; que eso es traer un judío en el cuerpo». Incluye la leyenda del judío errante. Se trata de un antisemitismo religioso y pío, que considera al judío heredero de los verdugos de Cristo.
Introduce algunas reflexiones sobre el principio de autoridad que suenan hoy raramente actuales: «La revolución no modificó solo las instituciones, sino que alteró las ideas y las costumbres. Debilítese entonces con otros principios el de la autoridad paterna, hasta ser reemplazado con no menos exageración por la tiranía filial. Antes el padre imponía sus opiniones a la familia; ahora obedece».
El personaje más interesante de la novelita es Raimundo, el hijo insolente de la viuda. Fernán nos hace una fisiología del insolente muy atinada. Según ella, el insolente es el tipo característico de su época, la época positiva, como en siglos anteriores lo fue el hipócrita. «…haremos la fisiología del insolente, que es hoy un tipo tan generalizado, que todo el que nos lea pensará que hemos querido retratar a su vecino de la derecha y copiar al de al izquierda. El insolente brilló en todas épocas; pero en la nuestra deslumbra y se generaliza como el gas. Ha reemplazado al hipócrita; pues nadie se toma ya la molestia de serlo, desde que no se respeta lo bueno y lo santo…» (capítulo XII).
Es curioso que a Doña Cecilia le salgan mejor los personajes malvados, egoístas e insolentes que los santurrones. Esto ya lo comprobamos en «La gaviota».
Entona también un encendido canto a la vida religiosa, a la que la propia autora estuvo tentada de incorporarse tras el suicidio de su tercer marido, Arrom: «…había logrado entrar en el convento, ese asilo de la inocencia y de la desgracia, ese amparo de los débiles, esa grey de desvalidas que se agrupan humildes alrededor del altar para pedir a Dios protección, y a los hombres únicamente olvido! ¡Y este rebaño de inofensivas reclusas se ven atacadas y perseguidas en su institución! ¿Puede esto creerse? Anticatólicos: ¿acaso os pesa no haber contribuido a que estas santas vírgenes aumenten la horrorosa falange de prostitutas que de otras habéis formado?» Su diatriba contra los anticatólicos quizá sea un poco inoportuna en mitad de un relato. Cecilia no puede evitar colocar sus opiniones, sermones y diatribas en mitad de sus historias. Esto, que es un defecto a los ojos de cualquier lector actual, tiene también un encanto de época, aunque algo rancio. Sus historias son narraciones morales y católicas y como tales hay que entenderlas y apreciarlas.
¡POBRE DOLORES! Tiene un tono similar a la anterior relación, con la que hace pareja. Comparte una longitud similar: también es una novela corta.
No suele faltar la nota humorística en las relaciones de Fernán. Aquí aparece con la figura grotesca de Don Marcelino Toro, que pretendió a sus cincuenta años emular a Murillo y se puso a pintar de manera poco afortunada. El capítulo que dedica al personaje es muy divertido (el X).
No obstante el tono general del relato, a excepción de momentos determinados como el comentado, es melodramático y lacrimógeno.
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