Y sí comenzó todo. Así fue su introducción al alimento del que se nutre el amor: las historias.
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Y sí comenzó todo. Así fue su introducción al alimento del que se nutre el amor: las historias.
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El tiempo era una serpiente que se mordía la cola, la historia giraba en la rueda del destino.
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Quizá las historias no tenían un principio ni un final. Tal vez se ramificaban eternamente, como los ríos, y partían unos de otros para envolverte durante un breve espacio de tiempo; cada vida era una historia dentro de otra historia que se cruzaba con miles de historias más para formar… ¿el qué? La historia del mundo, quizá, se dijo.
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Incluso las personajes heridas, incluso las destrozadas, encontraban la manera de mantenerse enteras. Había que seguir adelante. Esto era todo. seguir adelante.
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Todas las historias son historias de fantasmas.
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Érase una vez: ninguna vida es demasiado humilde, ningún suceso es insignificante. Todas las historias son historias de fantasmas. |
Érase una vez: ninguna vida es demasiado humilde, ningún suceso es insignificante.
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¿Y si el tiempo era una serpiente que se mordía la cola o una rueda que giraba inexorablemente en el eje del destino? ¿Y si lo que fue volvía a ser? ¿y si vivíamos dentro de un cuento que ya estaba escrito?
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Los sueños eran sueños, no presagios. Los presagios solo existían en los cuentos. El viento no hablaba.
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El bosque parecía un ente vivo, un único y grandioso organismo que se extendía libremente por el valle, tan vasto que no podía abarcarse con la mirada, de un tamaño fabuloso, inverosímil, dotado de conciencia y vigilante, y tuvo la impresión de que, de algún modo —¿cómo podía ser?— estaba esperándolos.
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Es un cuerpo creado a partir de la unión de distintas partes de cadáveres diseccionados, escrito por Mary Shelley a partir del reto literario de Lord Byron.