Dicen que los mejores hombres nacen de sus defectos y que por lo general , resultan al final mucho mejores que si no hubieran cometido ningún error
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Dicen que los mejores hombres nacen de sus defectos y que por lo general , resultan al final mucho mejores que si no hubieran cometido ningún error
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Un simple Rayo de sol es suficiente para ahuyentar las sombras
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Cuando una persona le da a otra, la bendecida no es la que recibe, sino la que da.
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El dolor no es de fiar: cuando no une a las personas, las separa.
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La gente siempre decía que Ove era "agrio". Pero qué puñetas, Ove no era agrio, era solo que no iba por ahí sonriendo a todas horas. ¿Y por eso había que tratarlo como a un delincuente? Ove pensaba que no, desde luego. Pero algo se rompe en el fuero interno de un hombre que entierra a la única persona que lo ha comprendido en la vida. No hay tiempo que cure una herida así.
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Y el tiempo es una cosa extraordinaria. La mayoría de nosotros vivimos para el que tenemos por delante. Dentro de unos días, de unas semanas, de unos años. Uno de los momentos más dolorosos en la vida de todo ser humano es seguramente aquel en que toma conciencia de que ha alcanzado una edad en que tiene más tiempo detrás que por delante. Y cuando ya no tenemos todo el tiempo por delante, hemos de encontrar otras cosas por las que vivir. Recuerdos, quizá. Tardes al sol de la mano de alguien. El aroma de los brotes nuevos en los setos. Los domingos en la cafetería. Los nietos, quizá. Uno encuentra el modo de vivir el futuro de otros.
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La muerte es una cosa extraordinaria. La gente vive la vida como si no existiera, siendo así que, la mayor parte del tiempo, es la principal razón para vivir. Algunos de nosotros alcanzamos llegado el momento tal conciencia de su existencia que empezamos a vivir con más intensidad, más tozudez, más rabia. Otros necesitamos su presencia constante para comprender siquiera cuál es su opuesto. Otros estamos tan ocupados pensando en ella que nos instalamos en la sala de espera mucho antes de que haya anunciado su llegada. Le tenemos miedo y, aun así, la mayoría de nosotros tememos mucho más que le llegue a otro. Porque el miedo más fiero en relación con la muerte es que nos pase de largo. Y que nos deje aquí solos.
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Es difícil reconocer que uno se ha equivocado. Sobre todo, cuando lleva equivocado mucho tiempo.
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«Querer a alguien es como mudarse a una casa —solía decir Sonja—. Al principio nos encanta la novedad, nos asombra a diario el hecho de que sea nuestro todo aquello, como si temiéramos que alguien pudiera entrar de pronto y avisarnos de que se ha cometido un grave error y que de ninguna manera podemos quedarnos a vivir en un sitio tan bonito. Pero a medida que pasan los años, se deteriora la fachada, la madera se resquebraja aquí y allá, y uno empieza a tenerle cariño a la casa no por su perfección, sino por todas las imperfecciones. Aprendemos a conocer sus ángulos y rincones. Cómo evitar que la llave se quede encajada en la cerradura cuando hace mucho frío. Qué listones del suelo son los que ceden bajo nuestro peso al pisarlos y el modo exacto en que hay que abrir las puertas del armario para que no crujan. Y son todos esos pequeños secretos los que la hacen tuya».
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—¿Qué clase de amor es el que te abandona cuando las cosas se ponen difíciles? ¿El que te deja atrás cuando se exige más esfuerzo? Dime, ¿qué clase de amor es ese?
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