Los gritos de las chicas se perdieron en el laberinto de pasadizos mientras el conductor retrocedía a su escritorio y alargaba el brazo hacia un panel de controles de luz situado en la pared. Le apetecía jugar un rato, volver a ver el terror en sus ojos. Damián apagó las luces del búnker. Se pasó la lengua por los labios. Yetch. «Esto va a ser divertido», pensó |