Paseando con fantasmas: Antología del cuento gótico: 106

Colección de relatos fantásticos (no todos de fantasmas) de calidad literaria dudosa en muchos de los casos pero de interés histórico para los aficionados a este tipo de narraciones. Son, digamos, lo que hoy consideraríamos literatura popular, que en su origen se publicó en periódicos y revistas y responde a una moda que coincidió en el tiempo con el fin del siglo de las Luces y el inicio del siglo XIX. Esta literatura gótica que dio sus mejores frutos en las novelas de Matthew Gregory Lewis («El monje») y Charles Maturin («Melmoth el errabundo») es un anticipo del Romanticismo. Preludia la antología un esclarecedor prólogo que nos sitúa en el contexto de estos cuentos. Alguno de los cuales los encuentro muy flojos y llenos de tópicos truculentos pero en todo caso todos están llenos de encanto e ingenuidad. Hoy no dan miedo ni a un niño, pero hay que hacer un ejercicio de contextualización en el momento de su escritura para valorarlos.
Para mí el mejor de los cuentos antologados es el de Petrus Borel «Andrea Vesalius, el anatomista» más cuento cruel que de terror. Este cuento está basado en un personaje real (el que da titulo al relato) al que atribuye el asesinato de su esposa y de tres de sus amantes y la posterior experimentación anatómica con sus cuerpos gracias a la que consiguió brillantes avances científicos. Un ejemplo del estilo de Borel: «La novia se quitó con un gesto gracioso su traje nupcial y sus alhajas; la rosa parecía despojarse de su perianto; ¡era una belleza castellana como las que se ven en sueños!… Vesalius se quitó torpemente su traje de fiesta y descubría su fea complexión; ¡era una momia despojándose de sus vendas!»
También destacaría el divertido cuento de Thackeray «La apuesta del diablo» lleno de humor negro e irreverente anticlericalismo. Todo el cuento está basado en la superstición del poder de la oración para ayudar a las ánimas del purgatorio. Ni qué decir tiene que Thackeray bromea sobre ello: «…aunque fuera un gran pecador, una única Ave María más me habría salvado; puesto que mi hermana, Abadesa de Santa María de Chauchigny, logró, mediante sus oraciones y buenas obras por mi alma perdida y miserable, que cada día sintiera debilitarse los sufrimientos del purgatorio; los tridentes con los que, desde que entré, no habían cesado de atormentar mi pobre cuerpo, sólo los utilizaban una vez por semana; habían dejado de asarme; ya no me hervían; sólo mantenían un cierto calorcito para recordarme mi espantosa situación.
-Cocinado a fuego lento -dijo el demonio.
-Así es; me tenían en una especie de cocido, y todo gracias a las oraciones de mi bendita hermana. Ayer mismo el carcelero que me vigilaba en el purgatorio me dijo que, con una oración más, todas mis cadenas se romperían; y yo, que ahora soy un demonio, podría haber sido un bendito ángel.»