No. No, no, no y no. NO. Ha sido una lectura horrorosa. al no tener trama lo relevante son los personajes y este par de protagonistas necesitan terapia, urgente. Y no lo digo como la típica frase que que se ve por bookstagram o booktok al hablar de personajes con relaciones tóxicas (que también lo es), sino porque tienen problemas de salud mental que necesitan un psicólogo y aquí se pasa de largo del tema, se pasa como si nada cuando a ambos protagonistas se les desborda lo que son y lo que podrían ser. Sus emociones necesitan ayuda para ser estabilizadas, su forma de ver el mundo necesita de un profesional que les ayude a redirigir la mirada, su manera de sentir las relaciones necesita de terapia, mucha terapia, para poder crear situaciones sanas, tanto para sí mismos como para la otra parte. Sé que ir con expectativas por adelantado puede llevar a decepciones como la que me he dado, pero... de verdad que tenía muchas esperanzas puestas en esta historia. Los seis de Atlas fue una lectura que disfruté muchísimo hace como un año, por la pluma de Olivie, por los temas matemáticos, científicos, filosóficos, por todo el brío tan electrizante de sus personajes envueltos en tantas capas de gris que a veces se volvían negros. Y esto, este cúmulo de emociones, es lo que esperaba de «Contigo en el éter» y todo ha sido un no: la parte científica, el tema de las abejas, las matemáticas de Aldo... queda en el olvido en cuanto se cruza el ecuador del libro, incluso antes, mucho antes, conocer a Regan es un punto clave, sin ataduras, libre, sin pensamientos, sin nada más que pudiera haber importado; la pluma de Olivie se convierte en una amalgama de recursos estilísticos que no encajan unos con otros, que solo aparecen un par de veces y nadie los vio venir, que se llena de metáforas y una forma no corriente de relatar la mente enferma de alguien que quiere dejar de depender, para hacerlo con aún más fuerza. Me ha costado horrores terminarlo, me aburría soberanamente entrar en el constante ciclo (que no círculo) tóxico en el que se enredan los protagonistas, de dependencia, de falta de ayuda, de no entenderse y ni siquiera importantes, de creerse que han dejado una rutina, pero se han sumergido de lleno en una nueva, mucho peor. Solo quería pensar que, el final, quizás podría arreglar el desastre, que quizás podía acabar como debería... pero no, todo acaba como empieza: igual, pero un poco distinto. A partir de aquí llegan los spoilers, es la parte que más me ha molestado y necesito dejar salir mi frustración. Un trastorno mental no desaparece mágicamente, no sin pastillas, no sin terapia, no sin ayuda. Especialmente con unos síntomas como los de Regan. No soy una profesional de la salud mental, pero he leído respecto del trastorno bipolar, he visto series que lo han retratado y leído críticas de éstas de personas que conocen el punto de vista psicológico, de cómo se debe retratar y lo que es. En Regan se ven perfectamente claros los episodios maniacos, los que la hacen vivir con ganas sin importar los límites, los que la hacen cometer locuras y que no le importe, los que la hacen correr precipitadamente por el precipicio del mundo, acelerando sin retorno, arrollando a todos los demás. Y, después de haber leído la nota de la autora en sus agradecimientos, sé que sabe de lo que habla, pero no considero que, haber querido contar su experiencia sin pastillas, haya sido lo más adecuado. Quizás es cierto. Que haya personas que no necesiten medicación y puedan vivir sin síntomas, que se desvanezcan con el tiempo o con la vida, que sepan autorregularse a sí mismos, que no tengan periodos de extremos y no hagan daño a nadie ni a sí mismos. Pero no creo que sea el caso de la protagonista. En Regan se muestra a una chica de extremos, incluso medicada, pero dentro de los parámetros que no hacen daño a nadie, que no le hacen daño a sí misma. Una vez decide que la mediación no le aporta nada positivo, adquiere una personalidad errática, impulsiva, enredándose en ciclos de dependencia dañina. Y, al final del libro, todo sigue igual, como si dejar de tomar sus pastillas le hubiese resuelto la vida, como si estuviera sana y no necesitara de nada. Incluso el papel de su psiquiatra no pinta nada, no entiendo ese par de veces en los que aparecen los diálogos que mantienen: primero, Regan es una mentirosa, después, hablan de seis conversaciones para confirmar si necesita o no la medicación, pero no se vuelve a este tema. La psiquiatra está de fondo, como decoración, en realidad hasta diría que el papel le queda grande, no sabe cómo actuar con Regan, no sabe qué decirle cuando ella se sincera, no sabe cómo tratarla, se asusta, la juzga y se supone que está para ayudarla. La historia gira alrededor de la idea de que dos personas rotas pueden ser felices juntas, que pueden complementarse, que pueden sanarse. No tengo palabras para describir el pánico que me produce esta idea, especialmente después de haber leído el libro completo y que todo el desarrollo de la idea me haya confirmado la realidad. No, dos personas rotas no pueden ayudarse; quizás dos personas rotas que intentan sanar, que están para apoyarse en los altibajos, que se levantan cuando uno tiene más fuerza que el otro, que avanzan en un camino para ser mejores el uno para el otro y ambos para sí mismos. Pero no, nunca, en unas circunstancias como las que se describen en este libro: dos personas rotas que tienen esquirlas puntiagudas en sus roces, en sus intenciones, en sus sentimientos; que enganchan con sus garfios hechos de malicia al otro, porque lo necesitan, porque lo ansían, porque han creado una espiral de dependencia tan prieta que no queda espacio para nada más que para ellos dos. Nada más. Me produce pavor la idea que muestra este libro. No es sana la dependencia que hay entre los protagonistas, no es bonito que dos personas rotas se rompan aún más, no está bien ser conscientes de que algo está mal, pero no se haga nada para enmendarlo. + Leer más |