Madre noche de Kurt Vonnegut
Nunca he presenciado una demostración más sublime de la mentalidad totalitaria; una mentalidad que podría compararse a un sistema de engranajes al que le han cortado algunos dientes al azar. Y esa maquinaria de pensar, desdentada y conducida por una libido de intensidad media o inferior a la media, gira con la insubstancialidad espasmódica, nerviosa, ruidosa, de un reloj de cuco en el infierno. El jefe de los federales sacó la conclusión errónea de que no había engranajes en la mente de Jones; –Está usted completamente loco. Jones no estaba completamente loco. Lo aterrador de la clásica mentalidad totalitaria es que cualquier tipo de engranaje, aunque esté mutilado, siempre conserva en su circunferencia secuencias enteras de dientes, a los que mantiene inmaculadamente y a los que da movimiento con exquisitez. De ahí lo que digo del reloj de cuco en el infierno: marca la hora perfectamente durante ocho minutos y veintitrés segundos; se adelanta de golpe catorce minutos y se mantiene en perfecta marcha durante seis segundos; luego salta dos segundos y funciona bien durante dos horas y un segundo; después, salta todo un año. Los dientes perdidos, desde luego, son simples, obvias verdades; verdades asequibles y comprensibles inclusive para los niños de diez años. El obstinado girar de los dientes del engranaje, la obstinada actividad despojada de ciertas informaciones obvias... Fue así como un hogar tan contradictorio como el que componían Jones, el padre Keeley, el Vice-Bundesführer Krapptauer y el Führer Negro pudo mantenerse en relativa armonía. Fue así como mi suegro pudo contener dentro de una misma cabeza su indiferencia hacia las obreras esclavas y su amor por un jarrón azul... Fue así como Rudolf Hoess, comandante de Auschwitz, podía alternar la música clásica con las llamadas a los cargadores de muertos, allá en los altavoces del campo de exterminio... Fue así como la Alemania nazi pudo pasar por alto la diferencia entre civilización e hidrofobia... Y esto es lo único que puedo decir para explicar las legiones, las naciones de lunáticos que he visto durante mi vida. Y para mí, intentar una explicación tan mecánica tal vez sea el reflejo del padre que tuve. Cuando me detengo a pensar en ello, cosa que ocurre pocas veces, recuerdo que soy, después de todo, el hijo de un ingeniero. Como no existe nadie que me alabe, me alabaré yo mismo: diré que jamás he destruido un solo diente en mi máquina de pensar, sea lo que ésta sea. Hay dientes perdidos. Dios lo sabe. Nací sin algunas de esos dientes y nunca me crecerán. Y los cambios sin embrague de la historia me han hecho saltar otros dientes. Pero nunca he destruido a sabiendas un solo diente del engranaje de mi máquina de pensar. Nunca me he dicho a mí mismo: «Puedo prescindir de este hecho». + Leer más |