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Anna desde el infierno de Kendare Blake
Está de pie en el extremo opuesto de la habitación, bloqueando la salida hacia el pasillo, como si yo fuera a tratar de huir. Su piel está igual de negra que una cerilla quemada, agrietada, y rezuma calor como si fuera metal líquido, como si estuviera cubierto por una capa de lava enfriándose. Los ojos resaltan por su brillante blancura. Desde lejos, no distingo si son simplemente blancos o tienen córneas. Espero que las tengan. Detesto ese asunto de los ojos tan espeluznantemente raro. Pero con córneas o sin ellas, no habrá cordura en ellos. Todos los años que ha pasado muerto y ardiendo se habrán encargado de ello.
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