Publicado en 1958, El libro vacío es una rareza dentro de la literatura mexicana, un libro que va de la nada y en el que apenas pasa nada.
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“EL LIBRO VACÍO”, DE JOSEFINA VICENS. Aparecido en 1958, -hace ya sesenta años- y premiado con el prestigiado Xavier Villaurrutia, que es un reconocimiento de escritores para escritores, “El libro vacío”, de Josefina Vicens, marca un nuevo derrotero dentro de la literatura mexicana del siglo XX. De tal manera, fue la primera mujer que recibió dicho reconocimiento, siguiendo el mismo sendero, Rosario Castellanos dos años después (1960) y en 1963 Elena Garro, entre otras. Apadrinado con una carta-prefacio de Octavio Paz para su primera edición, “El libro vacío” se convirtió en un referente de las letras mexicanas y en uno de los primeros libros que abordan el tema del autor y los desafíos que le representa la página en blanco: la parálisis creativa de un empleado de oficina que en sus tiempos libres se encierra en una áspera habitación de su casa para intentar escribir la gran novela, para cuyo fin cuenta con dos cuadernos. En el primero escribe su experiencia como escritor, sus peripecias, sus dificultades, su vida íntima; en el segundo, pondrá, tentativamente, lo mejor que escriba en el primero, y ése será el gran libro, la gran historia que lo saque del anonimato. Octavio Paz define el libro de Josefina Vicens como aquel que trata el tema de una “nada”, que a final de cuentas resulta “viva y tierna”: La imposibilidad y al mismo tiempo la necesidad que tiene el hombre de la práctica escritural, no como un hondo placer, sino como una fuente de sufrimiento y expiación. Diciendo naderías, lo digo todo. Ese intento de afirmar la nada, para con esa misma naturaleza de la nada, negarla. De tal modo que “El libro vacío”, o ese vacío del libro, cobra una impronta tal que asciende a la parte medular del existencialismo. La historia de un hombre que el absurdo de una vida semiburguesa, de una vida de clase media baja, aspira a romper con el hastío y la rutina a través del acto mágico o simbólico (porque parece un ritual) de la escritura. Obviamente, el segundo cuaderno, el cuaderno del ideal, nunca será completado. Los dos cuadernos simbolizan la praxis, la que siempre nos alcanza, y la utopía, que es siempre inalcanzable. “El libro vacío” se convierte, entonces, en un libro dialéctico. José García se nos vuelve entrañable porque representa la figura de alguien que intenta ser mejor, que quiere vivir la vida de los otros porque la suya le parece demasiado tediosa. Entonces surge el otro tema, el que subyace, el tema de la frustración. Con ella, la aporía, la falta existencial se hace tangible, visible, casi corporal, simbolizada en el segundo de los cuadernillos, mismo que va a permanecer inmaculado. Hay otros dos detalles más que llaman la atención: el primero es la observación de que José García es un tipo solitario, un lobo misantrópico que no hace manada con otros que pudieran tener una búsqueda afín por la gran obra de arte. No tiene con quien hablar de su pasión voluntariamente aceptada. Y no se halla entre los que José García ha querido compartirla, porque no son de su clase, ni de su sensibilidad, no lo comprenden. Pero más grave aún es el segundo, mismo que, curiosamente, sus críticos han dejado pasar de largo: José García nunca menciona a otros autores, no hay en él una nómina de escritores que le sean indispensables, que le sean de cabecera, que lo respalden en su formación como autor incipiente. José García no lee, no se alimenta de la gran tradición novelesca que se supone, lo antecede. Esta podría ser una de las razones más poderosas por las cuales José García se encuentre imposibilitado para escribir la gran ópera prima narrativa con la que sueña. Josefina Vicens nació en Villahermosa, Tabasco la tierra de tres grandes poetas, Carlos Pellicer Cámara, José Gorostiza Alcalá y José Carlos Becerra, pero por las noches se reunía en el frecuentado café París de la ciudad de México con gran parte de ese extraordinario grupo mejor conocido como “Contemporáneos”: Salvador Novo, Xavier Villaurrutia, Elías Nandino, Jorge Cuesta y Gilberto Owen, quienes, por llevarle poco más o menos que una década de ventaja, terminaron por llamarla “Peque”, diminutivo de pequeña, y por lo mismo, siempre precoz e influyeron, por supuesto, en su carrera literaria. Josefina Vicens publicó una segunda novela titulada “Los años falsos”, veinticuatro años después que la que le dio la fama, pero no tuvo el eco deseado ni alcanzó el nivel cualitativo de la primera. Curiosamente, en ambas novelas, el personaje protagonista es un hombre atormentado con el viaje al interior de la semilla, es decir, al interior de sí mismo y sus limitaciones. También fue periodista que firmaba con seudónimos masculinos y se atrevió a escribir sobre toros y otras cosas. Feminista recalcitrante de pelo corto y elegante traje sastre, y pantalones cotidianos, en fin alma de muchacho en cuerpo de mujer, guionista de cine muy exitosa que colaboró con directores como Chano Urueta, Mauricio de la Serna, Alfredo B. Crevenna, Francisco del Villar, Rafael Baledón y Gonzalo Martínez Ortega. A treinta años de su muerte, Josefina Vicens sigue estando vigente con “El libro vacío”. Ése es el verdadero valor de la buena novela. Nunca pasa de moda. Parece haber sido escrita ayer. La temática del hombre que escribe y su parálisis creativa seguirán existiendo mientras haya seres humanos que se enfrenten a la tarea de dominar sus propios demonios a través del arte, de la literatura. Enhorabuena por todos nosotros, sus lectores. + Leer más |
Busco generalmente en mis lecturas libros que me inquieten, que me cuenten algo, que me lleven o que me traigan, pero principalmente que me remuevan...no me gustan los que son pura retórica y que empiezan y terminan sin que pase nada: no me gustan los libros vacíos ... Josefina Vicens me ha sacado de mi erróneo planteamiento con este libro que parece que no se mueve, que no va a ningún sitio, y me ha dado un meneo de los buenos. Está muy bien escrito y no le sobra nada, te lleva cogido de la mano, como quien no quiere la cosa, para mostrarte lo que es la vida, a través de las reflexiones de un hombre maduro, aparentemente vacío, pero, sin embargo, un reflejo de lo que somos. La lectura tiene una entrada difícil, y el primer cuarto del libro nos puede llevar a engaño, pero no es lo que parece... en realidad es una maravilla, una gozada de lectura, tiene este librito más filosofía que muchos ensayos filosóficos. El hecho de haberlo leído conjuntamente con @nmolia ha significado muchísimo, el poder ir comentando la lectura con alguien de su capacidad y sensibilidad me ha dado para disfrutarlo mucho más: muchas gracias Ángeles. Está edición que leímos venía "El libro vacío" conjuntamente con " Los años falsos", otra historia que también vale la pena e, igualmente, narrada de forma espectacular. Son los dos únicos libros que escribió la autora, con una diferencia de treinta años, ambos son protagonistas masculinos y en dos periodos diferentes, y eso le da un valor añadido porque consigue meterse en la mente de un hombre de una forma asombrosa. Todo lector tenemos un libro vacío por rellenar, quizás el libro perfecto que nos gustaría leer...antes de enfrentar la página en blanco recomendaría leer este relato, seguro que nos pondrá en nuestro sitio y nos dirá si estamos en la buena senda. Lo mejor que he leído en lo que va de este año, como diría @marenpergamino: " el libro es un golazo por toda la escuadra". + Leer más |
EL LIBRO VACÍO No es extraño que Sara Mesa cite a Enrique Vila-Matas en su prólogo. La metaliteratura, como forma de entender también la vida, tiñe toda esta novela que nos habla, en palabras de Sara Mesa, de la “absoluta impotencia de las palabras” y, junto a ella, la absoluta necesidad de utilizarlas para dejar constancia de uno mismo (¿o el absoluto absurdo de la vida y la no menor necesidad de dejar huella?). Como ven, nada puede estar más estrechamente enlazado con los intereses del autor catalán, como también lo está la autora mexicana con el mal de los Bartleby, pues solo llegó a escribir otra novela además de esta: «Los años falsos». Al igual que Sara Mesa, son muchos los que ven en la creación literaria el tema de la novela, la forma en la que la escritura y la vida se entrelazan en el escritor para formar una sola cosa. Y lo es, naturalmente, pero lo que para mí hace verdaderamente grande a la novela es como transmuta toda esa elucubración literaria en torno a la supuesta mediocridad creativa de José García —que de esta forma tan vulgar se llama su protagonista— en una hermosa, tierna y emotiva metáfora sobre la vida. José García en su monólogo confesional sobre su ordinaria vida (su alienante trabajo de oficina con el que mantiene a una familia a la que quiere pero que también siente como un estorbo, su matrimonio con una mujer servicial y amantísima a la que necesita pero a la que en cierta forma detesta, un hijo del que precisa su admiración sin sentirse merecedor de ella, un segundo hijo, enfermizo y desmedrado, en el que se ve tristemente a sí mismo) hace un repaso de todo aquello con lo que tiene que enfrentarse como autor: descubrir qué es lo que tiene necesidad de decir, encontrar el tono y la forma de decirlo, hallar esa primera frase que abrirá las compuertas a todas las demás, la elección de la palabra justa, “que no sea un ir poniendo, rellenando, dejando caer” (“¡Otra vez las palabras! ¡Cómo atormentan!”), la sospecha ineludible de que en realidad no se tiene nada que decir o nada nuevo o no de forma distinta o genial, la duda de para qué se escribe, para qué sirve, a quién sirve, el estilo como artificioso encubridor de la voz propia, el pudor de desnudarse o desnudar a otros, falsificar lo vivido porque desde el primero momento se pensó en escribirlo, la culpa porque van a la par “mi pesadumbre por el acontecimiento y mi entusiasmo ante la perspectiva de referirlo”, la tentación constante de abandonarlo todo para dedicarse en cuerpo y alma a la escritura y el remordimiento por culpar a ese todo del fracaso propio, el deseo de acabar con tanta frustración y abandonar la escritura para siempre… “…cómo me avergüenza y oprime el conocimiento de mí mismo y la convicción de que jamás tendré el valor de dar la espalda a esa estabilidad, a ese pequeño orden en que vivo y hago vivir a mi familia… Se morirán todos y siempre habrá nuevos José García que los reemplacen y ocupen su mínimo sitio en la vida.” También es este un “Libro del desasosiego” (igual de subrayable casi todo él). García, como cada uno de los heterónimos de Pessoa, es un enfermo de literatura, la escritura lo eleva de su monótona vida, es fuga y refugio, pero al mismo tiempo es el reconocimiento de una derrota. “¡Qué absurdo, Dios mío, qué absurdo! Si el libro no tiene eso, inefable, milagroso, que hace que una palabra común, oída mil veces, sorprenda y golpee; si cada página puede pasarse sin que la mano tiemble un poco; si las palabras no pueden sostenerse por sí mismas, sin los andamios del argumento; si la emoción sencilla, encontrada sin buscarla, no está presente en cada línea, ¿qué es un libro? ¿Quién es José García?” José García persigue con la escritura la posibilidad de un más allá en su monótona y vulgar existencia, y en su imposibilidad de conseguirlo se pregunta “¿Por qué un libro no puede tener la misma alta medida que la necesidad de escribirlo? ¿Por qué habita esta espléndida urgencia en tan modesto, oscuro sitio?” como cualquiera podría preguntarse el porqué de nuestra necesidad de trascendencia en un mundo que no es trascendente, por qué nuestra íntima necesidad de comunicación cuando realmente estamos y estaremos siempre solos, por qué no podemos aceptar nuestra verdadera medida, por qué nos ha sido dada nuestra mediocre vida junto a una “desorbitada ambición de escribir un libro que a todos interese”, por qué no te puedes conformar con “tu relación con unos cuantos seres humanos que coincidieron en tu pequeña órbita” y tenemos esa “necesidad de ser leído, de llegar lejos; hay un anhelo de frondosidad, de expansión”. Y en ese buscar la forma excelsa de escribir, García no se da cuenta de que ha escrito, de que no ha hecho otra cosa que escribir, que es un escritor que no ha podido disfrutar de serlo. Ese libro en el que se vuelca con la esperanza de que en algún momento aparezca algo lo suficientemente bueno como para llevarlo al otro libro, al vacío, el gran libro por escribir, es en realidad su verdadero libro… y resulta que nos gusta a todos, a mí muchísimo. “Acá (sobrio), no he podido acostumbrarme nunca a la idea de existir. Siempre estoy preguntando, siempre inquieto, sorprendido de mi existencia. Allá (embriagado) no es así: ser es ser. No es como acá, un fenómeno rodeado de interrogaciones. Es un hecho claro, sin el escollo del porqué. Un hecho comprendido, explicado por sí mismo. Allá no tiembla nunca. No siento miedo de morir, porque la muerte tiene el mismo sentido natural, incorporado, que tiene todo lo demás. Es otro hecho sencillo, no una pregunta. A medida que la embriaguez se va apoderando de mí, yo voy apresando algo que supongo es la verdadera paz: no inquietarse porque se es, ni atemorizarse porque se puede dejar de ser. Hay como un acomodo interior, un ajuste, y todo aquello que acá son salientes y puntas duras, allá son pertenencias, aceptadas, heredadas tal vez, que integran plácidamente al hombre… Se camina en la misma dirección del deseo.” LOS AÑOS FALSOS No tenía pensado leerla inmediatamente después de “El libro vacío”, pero me costó tanto salir de esa maravilla de novela que utilicé esta como cámara de descompresión. Una maniobra que tuvo un éxito parcial, precisamente por el éxito de esta novela que, sin ser tan apasionante como la primera, me mantuvo atrapado y tampoco me soltó con facilidad. “Todos hemos venido a verme” Con esta extraña frase empieza la segunda y última novela escrita por Josefina Vicens. Resumiendo mucho: la muerte del padre ha dejado tan desamparado al hijo que este, en un impotente intento de resucitarle, decide continuar la vida del padre renunciando a tener una vida propia. Una especie de complejo de Edipo enfocado en el progenitor del mismo sexo. “Quedé así como dividido en tres: el heredero de ti, el huérfano de ti, y el encargado de acompañarme y consolarme. El primero vivía tu vida resignado, con tu peso a cuestas; el segundo sufría tu muerte y su propia muerte, y el tercero, recién nacido, torpe, no sabía si hacerte reproches, para darme alivio, o sufrir conmigo tu ausencia” En el cuarto aniversario de la muerte de Luis Alfonso Fernández, Poncho Fernández, su hijo Luis Alfonso, en compañía de su madre y sus dos hermanas, visitan su tumba. Mientras ellas limpian y cambian el agua de los floreros, el hijo las observa y monologa sobre sus recuerdos infantiles y sobre los cuatro años transcurridos desde la muerte del padre. Luis Alfonso tiene ahora diecinueve años, es el cabeza de familia, mantiene el trabajo y a los compinches de su padre y hasta conserva a su amante. “Yo podría hablarte de lo que es estar allá abajo, contigo, en tu aparente muerte, y de lo que es estar aquí arriba, contigo, en mi aparente vida” Como ustedes podrán comprender ese intento de resucitar al padre a base de la muerte propia no funciona, porque lo que realmente quería Luis Alfonso es… eso es, lo han adivinado. P.S. “… la familia estaba dividida: de un lado, el prepotente y ruidoso mundo de los hombres; del otro, el sumiso y mínimo de las mujeres” Es curioso que en las dos novelas de Vicens los protagonistas sean hombre y que las mujeres aparezcan únicamente formando parte del paisaje que los rodea con una incidencia mínima en la trama. Curiosamente también, casi cualquier comentario acerca de las novelas que ustedes puedan leer destacan su carácter feminista y una supuesta crítica del patriarcado. Pues bien, yo no he visto nada de esto en las novelas, tampoco lo contrario. Bien es cierto que las relaciones de las mujeres frente a los hombres en ambas novelas son de absoluta, y no conscientemente padecida, subordinación y que a los hombres se les exigen unas formas y maneras que demuestren a las claras su competencia masculina, amén de perdonarles, y hasta festejarles, hechos que en las mujeres serían un pecado imperdonable. Pero eso no es más que el retrato de la sociedad en la que le tocó vivir, en ningún momento se critica la situación, simplemente se expone sin ocupar tampoco mucho espacio (sin querer ser malo, no me lo tengan en cuenta, creo que estos textos escritos por un hombre llegarían incluso a ser calificados de machistas). Alguien podría argumentar que la simple exposición de estas situaciones ya son una denuncia explícita más que suficiente, como lo es todo lo referente a la corrupción y a los chanchullos políticos que también tienen su peso en las novelas, fundamentalmente en “Los años falsos”. Y desde la perspectiva actual tienen razón, pero en los años en los que se publicaron la situación de la mujer y las “virtudes masculinas” descritas no creo que a muchos (ni a muchas, incluidas los personajes femeninos de las novelas) escandalizaran, ni mucho menos. + Leer más |
Publicado en 1958, El libro vacío, es uno de esos libros, como Stoner, de John Williams, a los que se llega por recomendación. Recomendación que puede venir o de un amigo o un escritor que los menciona en sus ensayos. Este libro de Josefina Vincens ha sido nombrado como un inclasificable dentro de la literatura mexicana. No obstante, el poco conocimiento que se tiene de él y su autora en algunos círculos, y lo inclasificable que resulta, es una obra maestra de las letras mexicanas del siglo XX. Siempre he pensado que autores, como Chéjov, parecen pintores y no escritores. Lo digo porque toman fragmentos de la realidad que describen con profundo detalle, pero, en sí, las historias que relatan no responden a la estructura clásica del cuento o la novela. No hay avance, solo es un presente continuo, si se me permite el préstamo gramatical. Esto sucede en El libro vacío, un libro que va de nada, pero en esa nada está todo. Me explico. La historia de la novela no pasa de ser un cúmulo de reflexiones nocturnas de un trabajador cuyo sueño de ser un escritor afamado está frustrado. En ocasiones recuerda historias del pasado, a veces cuenta su día a día, lo que pasa en el trabajo o con su familia. No obstante, al final del libro no hay soluciones, no hay redención, la situación sigue exactamente igual. Por otro lado, en esta “nada” se reflejan dos realidades que a veces se funden y que a veces se separan. Primero, la vida del escritor fracasado. Segundo, la vida del hombre cuya crisis de la edad madura lo lleva a contemplar una vida que no la satisface, que no le ha permitido alcanzar sus objetivos. La primera realidad es descrita de manera majestuosa, todas las dudas, problemas, retos, debilidades y fracasos del escritor novato que desea crear su gran obra maestra. La segunda realidad es, quizá, donde se ve flaquear un poco la obra. Aunque la descripción hecha de la vida cotidiana de este hombre al que da voz la autora, algunos lugares comunes de la edad maduran también se presentan en esta obra. Especialmente, me refiero a la aventura que tiene José García con una mujer joven. Este tópico, presente en las obras del siglo XIX y de buena parte del siglo XX, dejan ese sin sabor del lugar común. De repente me recuerda obras de los años 20 como La conciencia de Zeno del italiano Italo Svevo, donde la crisis de un hombre de edad madura también lo lleva a una aventura con una mujer joven. Comprendo que, a pesar de ser un lugar común, es una descripción realista de nuestra sociedad; sin embargo, ya para los años 50 y en adelante, resulta agotador seguirlo viendo en obras de esas épocas y de la nuestra. Por demás, estas dos realidades representan la totalidad de la cotidianidad de una persona común y corriente, un reflejo de nuestra existencia. Impresiona el grado de identificación que logra tenerse con este libro y sus personajes, cómo vemos en ellos nuestra propia existencia o la existencia de quienes nos son cercanos. Y un punto extra, para todos quienes hemos intentado escribir cualquier cosa, en cualquier momento de nuestra vida, este libro parece autobiográfico. Salvo el detalle mencionado, que personalmente me disgusta, no hay nada más que objetar a este libro. Una escritura limpia, una estructura bien llevada, reflexiones interesantes presentadas con un léxico sencillo. Dejo hasta aquí esta pequeña reseña. Recomiendo la reseña del usuario joseluispoetry que se encuentra aquí en Babelio. Después de sus sucinto pero completo análisis queda poco que decir de este libro. + Leer más |
Publicado en 1958, El libro vacío es una rareza dentro de la literatura mexicana, un libro que va de la nada y en el que apenas pasa nada.
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¿Quién escribió la saga?