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Crítica de joseluispoetry


joseluispoetry
22 August 2019
“EL LIBRO VACÍO”, DE JOSEFINA VICENS.
Aparecido en 1958, -hace ya sesenta años- y premiado con el prestigiado Xavier Villaurrutia, que es un reconocimiento de escritores para escritores, “El libro vacío”, de Josefina Vicens, marca un nuevo derrotero dentro de la literatura mexicana del siglo XX. De tal manera, fue la primera mujer que recibió dicho reconocimiento, siguiendo el mismo sendero, Rosario Castellanos dos años después (1960) y en 1963 Elena Garro, entre otras.
Apadrinado con una carta-prefacio de Octavio Paz para su primera edición, “El libro vacío” se convirtió en un referente de las letras mexicanas y en uno de los primeros libros que abordan el tema del autor y los desafíos que le representa la página en blanco: la parálisis creativa de un empleado de oficina que en sus tiempos libres se encierra en una áspera habitación de su casa para intentar escribir la gran novela, para cuyo fin cuenta con dos cuadernos. En el primero escribe su experiencia como escritor, sus peripecias, sus dificultades, su vida íntima; en el segundo, pondrá, tentativamente, lo mejor que escriba en el primero, y ése será el gran libro, la gran historia que lo saque del anonimato.
Octavio Paz define el libro de Josefina Vicens como aquel que trata el tema de una “nada”, que a final de cuentas resulta “viva y tierna”: La imposibilidad y al mismo tiempo la necesidad que tiene el hombre de la práctica escritural, no como un hondo placer, sino como una fuente de sufrimiento y expiación. Diciendo naderías, lo digo todo. Ese intento de afirmar la nada, para con esa misma naturaleza de la nada, negarla. De tal modo que “El libro vacío”, o ese vacío del libro, cobra una impronta tal que asciende a la parte medular del existencialismo. La historia de un hombre que el absurdo de una vida semiburguesa, de una vida de clase media baja, aspira a romper con el hastío y la rutina a través del acto mágico o simbólico (porque parece un ritual) de la escritura.
Obviamente, el segundo cuaderno, el cuaderno del ideal, nunca será completado. Los dos cuadernos simbolizan la praxis, la que siempre nos alcanza, y la utopía, que es siempre inalcanzable. “El libro vacío” se convierte, entonces, en un libro dialéctico.
José García se nos vuelve entrañable porque representa la figura de alguien que intenta ser mejor, que quiere vivir la vida de los otros porque la suya le parece demasiado tediosa. Entonces surge el otro tema, el que subyace, el tema de la frustración. Con ella, la aporía, la falta existencial se hace tangible, visible, casi corporal, simbolizada en el segundo de los cuadernillos, mismo que va a permanecer inmaculado.
Hay otros dos detalles más que llaman la atención: el primero es la observación de que José García es un tipo solitario, un lobo misantrópico que no hace manada con otros que pudieran tener una búsqueda afín por la gran obra de arte. No tiene con quien hablar de su pasión voluntariamente aceptada. Y no se halla entre los que José García ha querido compartirla, porque no son de su clase, ni de su sensibilidad, no lo comprenden. Pero más grave aún es el segundo, mismo que, curiosamente, sus críticos han dejado pasar de largo: José García nunca menciona a otros autores, no hay en él una nómina de escritores que le sean indispensables, que le sean de cabecera, que lo respalden en su formación como autor incipiente. José García no lee, no se alimenta de la gran tradición novelesca que se supone, lo antecede. Esta podría ser una de las razones más poderosas por las cuales José García se encuentre imposibilitado para escribir la gran ópera prima narrativa con la que sueña.
Josefina Vicens nació en Villahermosa, Tabasco la tierra de tres grandes poetas, Carlos Pellicer Cámara, José Gorostiza Alcalá y José Carlos Becerra, pero por las noches se reunía en el frecuentado café París de la ciudad de México con gran parte de ese extraordinario grupo mejor conocido como “Contemporáneos”: Salvador Novo, Xavier Villaurrutia, Elías Nandino, Jorge Cuesta y Gilberto Owen, quienes, por llevarle poco más o menos que una década de ventaja, terminaron por llamarla “Peque”, diminutivo de pequeña, y por lo mismo, siempre precoz e influyeron, por supuesto, en su carrera literaria. Josefina Vicens publicó una segunda novela titulada “Los años falsos”, veinticuatro años después que la que le dio la fama, pero no tuvo el eco deseado ni alcanzó el nivel cualitativo de la primera. Curiosamente, en ambas novelas, el personaje protagonista es un hombre atormentado con el viaje al interior de la semilla, es decir, al interior de sí mismo y sus limitaciones.
También fue periodista que firmaba con seudónimos masculinos y se atrevió a escribir sobre toros y otras cosas. Feminista recalcitrante de pelo corto y elegante traje sastre, y pantalones cotidianos, en fin alma de muchacho en cuerpo de mujer, guionista de cine muy exitosa que colaboró con directores como Chano Urueta, Mauricio de la Serna, Alfredo B. Crevenna, Francisco del Villar, Rafael Baledón y Gonzalo Martínez Ortega.
A treinta años de su muerte, Josefina Vicens sigue estando vigente con “El libro vacío”. Ése es el verdadero valor de la buena novela. Nunca pasa de moda. Parece haber sido escrita ayer. La temática del hombre que escribe y su parálisis creativa seguirán existiendo mientras haya seres humanos que se enfrenten a la tarea de dominar sus propios demonios a través del arte, de la literatura. Enhorabuena por todos nosotros, sus lectores.
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