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Crítica de Guille63


Guille63
27 January 2024
EL LIBRO VACÍO

No es extraño que Sara Mesa cite a Enrique Vila-Matas en su prólogo. La metaliteratura, como forma de entender también la vida, tiñe toda esta novela que nos habla, en palabras de Sara Mesa, de la “absoluta impotencia de las palabras” y, junto a ella, la absoluta necesidad de utilizarlas para dejar constancia de uno mismo (¿o el absoluto absurdo de la vida y la no menor necesidad de dejar huella?). Como ven, nada puede estar más estrechamente enlazado con los intereses del autor catalán, como también lo está la autora mexicana con el mal de los Bartleby, pues solo llegó a escribir otra novela además de esta: «Los años falsos».

Al igual que Sara Mesa, son muchos los que ven en la creación literaria el tema de la novela, la forma en la que la escritura y la vida se entrelazan en el escritor para formar una sola cosa. Y lo es, naturalmente, pero lo que para mí hace verdaderamente grande a la novela es como transmuta toda esa elucubración literaria en torno a la supuesta mediocridad creativa de José García —que de esta forma tan vulgar se llama su protagonista— en una hermosa, tierna y emotiva metáfora sobre la vida.

José García en su monólogo confesional sobre su ordinaria vida (su alienante trabajo de oficina con el que mantiene a una familia a la que quiere pero que también siente como un estorbo, su matrimonio con una mujer servicial y amantísima a la que necesita pero a la que en cierta forma detesta, un hijo del que precisa su admiración sin sentirse merecedor de ella, un segundo hijo, enfermizo y desmedrado, en el que se ve tristemente a sí mismo) hace un repaso de todo aquello con lo que tiene que enfrentarse como autor: descubrir qué es lo que tiene necesidad de decir, encontrar el tono y la forma de decirlo, hallar esa primera frase que abrirá las compuertas a todas las demás, la elección de la palabra justa, “que no sea un ir poniendo, rellenando, dejando caer” (“¡Otra vez las palabras! ¡Cómo atormentan!”), la sospecha ineludible de que en realidad no se tiene nada que decir o nada nuevo o no de forma distinta o genial, la duda de para qué se escribe, para qué sirve, a quién sirve, el estilo como artificioso encubridor de la voz propia, el pudor de desnudarse o desnudar a otros, falsificar lo vivido porque desde el primero momento se pensó en escribirlo, la culpa porque van a la par “mi pesadumbre por el acontecimiento y mi entusiasmo ante la perspectiva de referirlo”, la tentación constante de abandonarlo todo para dedicarse en cuerpo y alma a la escritura y el remordimiento por culpar a ese todo del fracaso propio, el deseo de acabar con tanta frustración y abandonar la escritura para siempre…

“…cómo me avergüenza y oprime el conocimiento de mí mismo y la convicción de que jamás tendré el valor de dar la espalda a esa estabilidad, a ese pequeño orden en que vivo y hago vivir a mi familia… Se morirán todos y siempre habrá nuevos José García que los reemplacen y ocupen su mínimo sitio en la vida.”

También es este un “Libro del desasosiego” (igual de subrayable casi todo él). García, como cada uno de los heterónimos de Pessoa, es un enfermo de literatura, la escritura lo eleva de su monótona vida, es fuga y refugio, pero al mismo tiempo es el reconocimiento de una derrota.

“¡Qué absurdo, Dios mío, qué absurdo! Si el libro no tiene eso, inefable, milagroso, que hace que una palabra común, oída mil veces, sorprenda y golpee; si cada página puede pasarse sin que la mano tiemble un poco; si las palabras no pueden sostenerse por sí mismas, sin los andamios del argumento; si la emoción sencilla, encontrada sin buscarla, no está presente en cada línea, ¿qué es un libro? ¿Quién es José García?”

José García persigue con la escritura la posibilidad de un más allá en su monótona y vulgar existencia, y en su imposibilidad de conseguirlo se pregunta “¿Por qué un libro no puede tener la misma alta medida que la necesidad de escribirlo? ¿Por qué habita esta espléndida urgencia en tan modesto, oscuro sitio?” como cualquiera podría preguntarse el porqué de nuestra necesidad de trascendencia en un mundo que no es trascendente, por qué nuestra íntima necesidad de comunicación cuando realmente estamos y estaremos siempre solos, por qué no podemos aceptar nuestra verdadera medida, por qué nos ha sido dada nuestra mediocre vida junto a una “desorbitada ambición de escribir un libro que a todos interese”, por qué no te puedes conformar con “tu relación con unos cuantos seres humanos que coincidieron en tu pequeña órbita” y tenemos esa “necesidad de ser leído, de llegar lejos; hay un anhelo de frondosidad, de expansión”.


Y en ese buscar la forma excelsa de escribir, García no se da cuenta de que ha escrito, de que no ha hecho otra cosa que escribir, que es un escritor que no ha podido disfrutar de serlo. Ese libro en el que se vuelca con la esperanza de que en algún momento aparezca algo lo suficientemente bueno como para llevarlo al otro libro, al vacío, el gran libro por escribir, es en realidad su verdadero libro… y resulta que nos gusta a todos, a mí muchísimo.

“Acá (sobrio), no he podido acostumbrarme nunca a la idea de existir. Siempre estoy preguntando, siempre inquieto, sorprendido de mi existencia. Allá (embriagado) no es así: ser es ser. No es como acá, un fenómeno rodeado de interrogaciones. Es un hecho claro, sin el escollo del porqué. Un hecho comprendido, explicado por sí mismo. Allá no tiembla nunca. No siento miedo de morir, porque la muerte tiene el mismo sentido natural, incorporado, que tiene todo lo demás. Es otro hecho sencillo, no una pregunta. A medida que la embriaguez se va apoderando de mí, yo voy apresando algo que supongo es la verdadera paz: no inquietarse porque se es, ni atemorizarse porque se puede dejar de ser. Hay como un acomodo interior, un ajuste, y todo aquello que acá son salientes y puntas duras, allá son pertenencias, aceptadas, heredadas tal vez, que integran plácidamente al hombre… Se camina en la misma dirección del deseo.”


LOS AÑOS FALSOS

No tenía pensado leerla inmediatamente después de “El libro vacío”, pero me costó tanto salir de esa maravilla de novela que utilicé esta como cámara de descompresión. Una maniobra que tuvo un éxito parcial, precisamente por el éxito de esta novela que, sin ser tan apasionante como la primera, me mantuvo atrapado y tampoco me soltó con facilidad.

“Todos hemos venido a verme”

Con esta extraña frase empieza la segunda y última novela escrita por Josefina Vicens. Resumiendo mucho: la muerte del padre ha dejado tan desamparado al hijo que este, en un impotente intento de resucitarle, decide continuar la vida del padre renunciando a tener una vida propia. Una especie de complejo de Edipo enfocado en el progenitor del mismo sexo.

“Quedé así como dividido en tres: el heredero de ti, el huérfano de ti, y el encargado de acompañarme y consolarme. El primero vivía tu vida resignado, con tu peso a cuestas; el segundo sufría tu muerte y su propia muerte, y el tercero, recién nacido, torpe, no sabía si hacerte reproches, para darme alivio, o sufrir conmigo tu ausencia”

En el cuarto aniversario de la muerte de Luis Alfonso Fernández, Poncho Fernández, su hijo Luis Alfonso, en compañía de su madre y sus dos hermanas, visitan su tumba. Mientras ellas limpian y cambian el agua de los floreros, el hijo las observa y monologa sobre sus recuerdos infantiles y sobre los cuatro años transcurridos desde la muerte del padre. Luis Alfonso tiene ahora diecinueve años, es el cabeza de familia, mantiene el trabajo y a los compinches de su padre y hasta conserva a su amante.

“Yo podría hablarte de lo que es estar allá abajo, contigo, en tu aparente muerte, y de lo que es estar aquí arriba, contigo, en mi aparente vida”

Como ustedes podrán comprender ese intento de resucitar al padre a base de la muerte propia no funciona, porque lo que realmente quería Luis Alfonso es… eso es, lo han adivinado.


P.S.

“… la familia estaba dividida: de un lado, el prepotente y ruidoso mundo de los hombres; del otro, el sumiso y mínimo de las mujeres”

Es curioso que en las dos novelas de Vicens los protagonistas sean hombre y que las mujeres aparezcan únicamente formando parte del paisaje que los rodea con una incidencia mínima en la trama. Curiosamente también, casi cualquier comentario acerca de las novelas que ustedes puedan leer destacan su carácter feminista y una supuesta crítica del patriarcado. Pues bien, yo no he visto nada de esto en las novelas, tampoco lo contrario. Bien es cierto que las relaciones de las mujeres frente a los hombres en ambas novelas son de absoluta, y no conscientemente padecida, subordinación y que a los hombres se les exigen unas formas y maneras que demuestren a las claras su competencia masculina, amén de perdonarles, y hasta festejarles, hechos que en las mujeres serían un pecado imperdonable. Pero eso no es más que el retrato de la sociedad en la que le tocó vivir, en ningún momento se critica la situación, simplemente se expone sin ocupar tampoco mucho espacio (sin querer ser malo, no me lo tengan en cuenta, creo que estos textos escritos por un hombre llegarían incluso a ser calificados de machistas). Alguien podría argumentar que la simple exposición de estas situaciones ya son una denuncia explícita más que suficiente, como lo es todo lo referente a la corrupción y a los chanchullos políticos que también tienen su peso en las novelas, fundamentalmente en “Los años falsos”. Y desde la perspectiva actual tienen razón, pero en los años en los que se publicaron la situación de la mujer y las “virtudes masculinas” descritas no creo que a muchos (ni a muchas, incluidas los personajes femeninos de las novelas) escandalizaran, ni mucho menos.


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