La escritura o la vida de Jorge Semprún
Tengo que fabricar vida con tanta muerte y la mejor manera de conseguirlo es la escritura.
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La escritura o la vida de Jorge Semprún
Tengo que fabricar vida con tanta muerte y la mejor manera de conseguirlo es la escritura.
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Jorge Semprún
Una intuición me había ido invadiendo, desde la sesión de jazz en Einsenach, en el transcurso de otra madrugada, unos meses antes. Esta música, estos solos desolados o irisados de trompeta y saxo, estas baterías apagadas o tónicas como los latidos de una sangre vivaz, se situaban paradójicamente en el centro del universo que yo quería describir, del libro que quería escribir.
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Jorge Semprún
Odile cuidaba de mí con los gestos inventivos del amor físico, con sus risas sin premeditación, con su insaciable vivacidad. Pero no sabia qué hacer cuando la tormenta estallaba en mi vida. No sabía manejar el desastre. En cuanto la oscuridad me daba alcance, turbando mi mirada, abocándome a un silencio agarrotado, en cuanto la voz del Sturmführer, S. S., ordenando la extinción de los fuegos del crematorio, me despertaba en plena noche del sueño de mi vida, Odile perdía pie. Me acariciaba el rostro, como se acaricia a un niño asustado, me hablaba, para colmar este silencio, esta ausencia, esta separación, mediante una cháchara tranquilizadora.
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Jorge Semprún
-¡Me gustaría ser la primera mujer de tu vida! -susurró. Era excesivo, se lo hice notar. -De mi vida, ¡has llegado tarde! ¡La primera de después de mi muerte, no puedes aspirar a más! La voz de cobre, de Louis Armstrong abría avenidas de deseo infinito, de nostalgia ácida y violenta. La muchacha se estremecía de la cabeza a los pies, ya no bailaba. Como si tuviera de repente un deseo pánico del insólito pasado de donde yo procedía, del desierto que a mi pesar se anunciaba en mis ojos. Como la si la atrajera este pánico mismo. |
La escritura o la vida de Jorge Semprún
¿Por qué hay Ser y no más bien nada: este planteamiento siempre me ha parecido positivamente insensato. Es decir, no sólo carente de sentido, sino también de cualquier posibilidad de producirlo. El olvido del planteamiento del Ser es, en efecto, la condición misma del nacimiento de un pensamiento del mundo, de la historicidad del ser-en-el mundo del hombre.
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La escritura o la vida de Jorge Semprún
Me pregunté qué pensarían de esta guerra esos negros americanos tan numerosos en las formaciones de asalto al III Ejército, qué es lo que tendrían que decir de la guerra contra el fascismo. En cierto modo era la guerra lo que los convertía en ciudadanos de pleno derecho. Legalmente, al menos, aunque no siempre en los hechos cotidianos de su vida militar, sin embargo, cualquiera que fuera su situación social de procedencia, la humildad de su condición, la humillación abierta o solapada a la que les exponía el color de su piel, el reclutamiento los había convertido potencialmente en ciudadanos con igualdad de derechos. Como si el matar les diera el derecho de ser por fin libres.
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Jorge Semprún
Me detuve, contemplé los grandes árboles, más allá de la alambrada. Daba el sol en el bosque y el viento soplaba entre las ramas. Una música surgió de repente, del otro lado de la plaza de recuento. Una música de acordeón, de alguna parte de allá. No se trataba de un música de chiringuito, de vals popular. Era algo completamente distinto, una música de acordeón tocada, indudablemente, por un ruso. Sólo un ruso podía extraer de este instrumento una música semejante, frágil y violenta, esa especie de vals tempestad: estremecimiento de abedules en el viento, de trigales de la estepa sin fin.
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Jorge Semprún
Una especie de tristeza física se había apoderado de mí. Me hundí en esa tristeza de mi cuerpo. En ese desasosiego carnal, que me volvía inhabitable para mí mismo. El tiempo pasó, Hallbwachs estaba muerto. Yo había vivido la muerte de Hallbwachs.
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Jorge Semprún
-¿Has oído? -dijo Albert en un susurro. No se trataba de una pregunta en realidad. Era imposible no oír. Oía aquella voz inhumana, aquel sollozo canturreado, aquel estertor curiosamente acompasado, aquella rapsodia del más allá. |
La escritura o la vida de Jorge Semprún
Extraño olor, en verdad obsesivo. Bastaría con cerrar los ojos, aún hoy. Bastaría no con un esfuerzo, sino todo lo contrario, bastaría con una distracción de la memoria, atiborrada de futilidades, de dichas insignificantes, para que reapareciera. Bastaría con con distraerse de la opacidad irisada de las cosas de la vida. Un breve momento bastaría, en cualquier momento. Distraerse de uno mismo, de la existencia que habita en uno, que se apodera de uno de forma obstinada y también obtusa: oscuro deseo de seguir existiendo, de perseverar en esa obstinación, cualquiera que sea su razón, su sinrazón. Bastaría con con un instante de auténtica distracción del propio ser, del prójimo, del mundo: instante de no- deseo, de quietud de más acá de la vida, en el que podría aflorar la verdad de ese acontecimiento antiguo, originario, donde flotaría el extraño olor sobre la colina de Ettersberg, patria extranjera a la que siempre acabo volviendo. Bastaría con un instante, cualquiera, al azar, de improviso, por sorpresa, a botepronto. O bien, todo lo contrario, con una decisión largamente madurada. El extraño olor surgiría en el acto de la realidad de la memoria. Renacería en él, moriría por revivir en él. Me abriría, permeable, al olor a limo de ese estuario de muerte, mareante.
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¿Cuál es el nombre completo de la protagonista femenina en "Una corte de rosas y espinas"?